jueves, 27 de noviembre de 2014

LA ISLA DE MARIO

Esta será la portada de mi novela La isla de Mario, que da el salto de Internet al papel de la mano de ACEN editorial. La portada es obra del ilustrador Joaquin Porcar (Caffeine Artwork). 


SINOPSIS: Mario, un joven dibujante de cómics, se muda a vivir a un piso con su novia Penélope, con quien planea casarse. Todo parece ir bien en su vida, pero un día, de la noche a la mañana, sucede lo inexplicable: Mario se despierta en la playa de una remota isla. Y lo que es peor, no recuerda cómo ha llegado hasta allí. Pronto descubre que tiene compañía, pues vagando por la selva se encuentra a Laura, la amiga de la infancia de su prometida Penélope. Laura, una joven valiente y atractiva, es la única persona que puede arrojar algo de luz acerca de su paradero. Por desgracia, al igual que Mario, Laura únicamente recuerda que despertó allí. A medida que pasan los días, ambos entienden que si quieren sobrevivir van a tener que permanecer juntos. Mientras exploran la isla en busca de alimento, tratarán de hallar respuesta a sus múltiples interrogantes: ¿Por qué están allí? ¿Dónde están sus seres queridos? Y lo más importante: ¿cómo escaparán?
Construida mediante flashbacks, La isla de Mario es una novela que desafía el ingenio. Un puzzle en el que encajan casi todos los ingredientes: intriga, drama, amor, humor e incluso terror. Un juego de referencias literarias y cinematográficas que van desde el primer Robinson a Julio Verne, desde El lago azul a Perdidos. Sumérgete en una trama que te absorberá hasta la última página.
Blog de la novela: http://laislademario.blogspot.com.es/

miércoles, 29 de octubre de 2014

UTOPÍA

Microrrelato incluido en el libro "Bocados sabrosos IV" de
ACEN editorial.    


Los niños se agolpaban nerviosos en la esquina del patio del colegio. Todos querían ver lo que sujetaba Pedrito en sus manos. La excitación asomaba en sus rostros. Nunca habían visto nada igual, tan adulto, tan prohibido. ¡Cuidado, que viene don Venancio!, gritó alguien. La pandilla se dispersó con rapidez. Al llegar, don Venancio descubrió un ejemplar de El Quijote tirado en el suelo.


jueves, 29 de mayo de 2014

LA MUERTE NOS IGUALA A TODOS

—Es un antipático. 
Y un grosero. 
No me cae nada bien.
—Es un envidioso.
—Y un tacaño. 
—Es un  gilipollas. Eso es lo que es. Y un cerdo.
—Siempre dice cosas que me ofenden.
—Yo tampoco le aguanto…

…pero

lunes, 7 de abril de 2014

CONVERSACIÓN CON UNA CANI (RELATO)

La literatura es un medio donde todo es posible. Ahí radica su mayor atractivo: que el escritor, mediante su creatividad, puede dar vida a cualquier situación que imagine en su mente e inmortalizarla en negro sobre blanco. Y hablando de situaciones, hoy imagino una que difícilmente podría darse en la vida real. Me refiero a una conversación en profundidad entre dos personas que poco o nada tienen que ver, un choque entre dos seres vivos de caracteres y signos opuestos. Él es un joven universitario amante de la cultura, la literatura, la música y el arte, graduado en filología hispánica y cursando un máster en literatura comparada. Ella trabaja en una peluquería desde que cumplió los dieciocho, su máxima ambición en la vida es ir cada sábado al botellón del parking del polígono y beber con sus amigas hasta perder el conocimiento. En condiciones normales, la posible relación entre estos dos jóvenes sería nula. Pero la realidad es caprichosa, y hoy me dispongo a manipularla para todos vosotros, con el objeto de que ambos se queden atrapados en un ascensor, en concreto entre el tercer y cuarto piso de un ascensor del centro comercial. Para más señas, ella se dispone a comprar alguna baratija en la planta de moda. Él, por su parte, ha venido a buscar las obras completas de Machado en la Casa del Libro. Pero cuando se produce el apagón, todo su mundo se reduce a un cubículo de dos claustrofóbicos metros de anchura.
—Menuda mierda, colega —grita ella.
—No creo que tarden mucho en sacarnos —contesta él, resignado— ya llevamos casi diez minutos aquí dentro.    
—Esta peña no tiene ni puta idea de hacer ascensores —maldice ella, irritada.
La joven dobla las rodillas y se sienta en el suelo con las piernas cruzadas. Permanecen en silencio durante cinco minutos más.  
—¿Tienes un piti, colega? —dice ella, rompiendo el silencio.
Él la mira arqueando las cejas, sorprendido.
—No pensaras fumar aquí… —contesta, en un tono que ella interpreta rápidamente como una clara ofensa hacia su persona.
—¿Qué pasa? ¿A mí me pueden encerrar aquí cuando les dé la gana y yo no puedo fumarme un puto cigarro? ¿O qué?
—Pues qué quieres que te diga, no creo que un zulo como este, sin apenas aire, sea el lugar más adecuado del mundo para fumar.
Ella, desde el suelo, le observa de arriba abajo. Se fija en los libros de poesía que sujeta bajo el brazo, en las greñas descuidadas cayendo sobre su frente, en su barba rala de una semana, en sus bambas deportivas sucias y en su camiseta negra de Metallica.
Finalmente le dedica un gesto de desprecio.  
—Vale, hombre, vale —dice, hastiada. 
Y entonces, ella hurga en el bolsillo de su anorak naranja, saca un cigarro y se lo enciende.
Él la mira boquiabierto.  
—¿Se puede saber para qué me has pedido un cigarro, entonces?
Ella exhala el humo del tabaco y ni tan siquiera le mira.
—Joder, con el rarito —dice.
—¿Cómo me has llamado?
—¿Y cómo coño quieres que te llame si no te conozco? —dice ella, a la defensiva.
—Me llamo Pedro.
—Pos muy bien —contesta ella, molesta.
Pedro se fija en los gigantescos aros de sus orejas, en sus pulseras y en sus múltiples piercings
—Pues si yo soy el rarito, tú debes de ser la Jenny, porque vamos…
La Jenny, enojada porque aquel tipejo acierte su nombre, abre los ojos de par en par.
—¿Y tú qué coño tienes que decir de mi, friki de mierda?
—¿Friki? ¿Friki yo?
—No, mi abuela. Pos claro que tú. ¿Qué no te has mirado al espejo o qué?
Pedro se restriega la mano por la cara, se mira en el espejo y suspira.
—Maldita sea, por qué no me quedaría encerrado con Scarlett Johansson.
—Pos no flipas tú ni na.
Pedro mira la hora en su reloj, luego examina de nuevo el cuadro de los botones y aprieta por vigesimoquinta vez el botón rojo de las emergencias, sin obtener resultado alguno, dado que yo, que soy el autor, considero que este diálogo del ascensor aún puede dar mucho más de sí. Así que el bueno de Pedro decide sentarse en el suelo frente a la joven, que apura las últimas caladas de su cigarro, y abre el libro de poesía de Machado por la primera página.
—Madre mía, y ahora se pone a leer, el notas.
—Sí, deberías probarlo, te vendría bien.
La Jenny, con un rápido movimiento del pie, le tira el libro al suelo.
—¿Tú qué vas de listo?
Pedro, sorprendido ante su brusca reacción, frunce el ceño y pierde la paciencia.
—¿Pero qué haces?
—¿Qué te crees mejor que yo por tener estudios?
Pedro recoge el libro del suelo y lo cierra de golpe con rabia.    
—¿Sabes una cosa? Odio a la gente como tú. Sois una lacra para la sociedad.
—¿Pero qué coño dices, payaso? Si no me conoces.
—Llevo media hora encerrado contigo en este puto ascensor. Claro que te conozco. Te conozco perfectamente. A ti y a todos los de tu calaña. Eres una cani y actúas como las canis. Eres violenta, inculta y no sabes vivir sin ofender a los demás. Me das asco.
—¿Ah, sí? Pues tú eres un chungo que se cree mejor que yo porque lee libros, pero realmente eres un amargao de la vida que se mata a pajas todas las noches, porque las tías buenas pasan de ti. Yo al menos tengo un novio que me quiere y me protege.
—Seguro que es un encanto.
—¡Pos es mucho mejor que tú, pringao!
—Sí, puedo hacerme una idea. ¿A qué universidad… perdón, quiero decir, a qué gimnasio va?  
—¡Uy, uy, uy! Que mala leche te gastas, nene. Pos para que te enteres, a él no le hace falta ir a la universidad, es mazo listo, se ha criado en la calle ¡esa es su universidad!
—¡Oh! Si sigue así llegará a presidente.
—Pues no es un don nadie. Salió de actor en una peli, listo, que eres muy listo.
—¿No me digas? Espera, déjame adivinar ¿de motero extra en las tomas falsas de Tres Metros sobre el cielo? ¿O en las escenas eliminadas de Yo soy la Juani?
La Jenny gruñe.
—¡Al menos él no es un mierdecilla como tú, que te crees muy listo, pero no vales na! —aúlla.
—Cuando salgamos de aquí tienes que presentármelo, será una joyita.
—¡Pues sí! ¡Y te dará dos ostias! ¡O te las daré yo como no te calles!
—Eso me gustaría verlo.
La Jenny no puede aguantar más su ira, afila sus uñas y se lanza con toda su rabia sobre él.
Cuando los técnicos logran abrir las puertas del ascensor, una hora después, encuentran a dos jóvenes tumbados en el suelo.

Ambos yacen tranquilos, desnudos y abrazados.     


martes, 18 de febrero de 2014

LA MÁQUINA DE PELEAR


El otro día estaba en casa y escuché a la vecina discutiendo con su marido. Le decía así:

—¡Si te envío un Whatsapp y veo que tú te conectas ocho veces, es que no me has contestado porque no te ha salido de los coj****!

   Sí amigos. Pimpinela hicieron mucho daño a las relaciones de pareja, pero las nuevas tecnologías pueden ser mucho más peligrosas (para los de la LOMCE, Pimpinela: como los Cuquis de La que se Avecina pero en los 80 y cantando). Antes, los marrones con tu pareja solían darse cuando te olvidabas de su cumpleaños, cuando llegabas borracho a casa de madrugada o cuando te gastabas el dinero de la paga extra de Navidad en el bingo. Ahora, lo que se lleva es discutir por el Whatsapp.
   Según una noticia, el pasado año se separaron 28 millones de parejas por culpa de esta simpática aplicación para el móvil. Y es que hay que ver cómo nos ha cambiado la vida el sucesor de los difuntos SMS. La pregunta es ¿nos la ha cambiado para mejor? ¿No éramos más felices antes, comunicándonos  sólo cuando realmente lo necesitábamos? ¿Era necesario crear un chat para el móvil conectado las 24 horas, con todo el intríngulis del doble check y las peleas y reproches que (como a mi vecino) conlleva?
   Lo cierto es que cada nueva red social (o cada servicio de chat, lo mismo da) trae consigo discusiones, igual que la primavera trae consigo los estornudos. Ahora es el Whatsapp, sí, pero la cosa ya viene de lejos. Acuérdate de aquella bronca que tuviste hace diez años en el messenger (tu le juraste y le perjuraste que ya te habías desconectado, pero ella te sentenció por no haber contestado a su te quiero). Acuérdate de cómo disfrutaba inundando tu bandeja de hotmail con e-mails repletos de corazoncitos y ñoñería, y de cómo reaccionó cuando le dijiste que quizás eran demasiados. Acuérdate de la vez que colgó tus fotos de borrachera en Facebook pensando que te harían gracia. Y ahora repite conmigo: ¿redes sociales y amor? Agua y aceite.  
   Y es que las redes sociales sirven para muchas cosas, pero sobre todo sirven para pelear. Y ya no sólo con tu pareja, sino con cualquiera al que le tengas ganas. Nunca antes había sido tan fácil y tan cómodo darle cera a quien tú quieras. Las redes sociales, como su propio nombre indica, cumplen funciones sociales, y entre estas funciones encontramos una que en mi opinión en básica: la del desahogo. Antes tenías que conformarte con gritarle a la pantalla de la televisión cuando salía algún personaje que no despertaba tus simpatías. Ahora tienes Twitter, que viene a ser algo así como el Olimpo de las bullas virtuales. Y también tienes los comentarios de Youtube, un campo de guerra abierta, sin reglas, cómo en Vietnam. Y digo yo, si gracias a las redes sociales la gente canaliza su ira y sale a la calle sin ganas de pelea, pues bienvenidas sean las dichosas redes. Aunque mucho me temo que su efecto es justamente el contrario.      
   Mi amigo Rafa no tiene Whatsapp. Tampoco lo quiere. Él vive en constante rebeldía hacia esta sociedad moderna y decadente. Y es feliz.  
   —¿Qué? ¿No te animas a pillarte un móvil con Whatsapp? –le pregunto.
   —Déjate de Whatsapps, que los carga el diablo.
   —Bueno, mira el lado positivo, así estarías más comunicado.
   Rafa le da una calada a su eterno cigarrillo encendido y escupe al suelo.
   —Si alguien quiere algo de mí ya sabe dónde encontrarme.



miércoles, 8 de enero de 2014

RICARDITO CRECE (Obra de Microteatro)

ESCENA I
Año 1999. Un cuchitril repleto de humo donde un grupo de jóvenes universitarios debaten acaloradamente mientras fuman y beben cerveza. Están sentados en círculo, a modo de asamblea. En uno de los extremos se sienta Ricardito, al que todos llaman “el antifascista”. Apenas ha cumplido dieciocho años. Luce cabello largo, viste ropa raída y lleva un pañuelo palestino enrollado al cuello. Él lleva la voz cantante. 
Ricardito: odio a la gente que se cree mejor que yo por tener un coche más caro o una casa más grande. Son todos unos pijos, unos hijos de papá que te miran siempre por encima del hombro. La culpa es de esta sociedad tan materialista en la que vivimos, que sólo le da importancia al dinero y a las apariencias, pero no a lo que de verdad importa: la justicia y la libertad. Nosotros queremos un mundo mejor ¿no? Pues, ¡tenemos que cambiarlo!

Aplausos.


ESCENA II
Año 2013. Frente a una urbanización de chalets de lujo, lejos de la crisis de la ciudad, dos hombres vestidos de etiqueta se enzarzan en una fuerte discusión que acaba a golpes. Uno de ellos, el más violento, intenta estrangular al otro. Es Ricardito. Ahora es un hombre, y está hecho una furia. Del bolsillo del pantalón saca la llave de su BMW para introducírsela en el ojo a su vecino.  
Ricardito: ¡yo soy mejor que tú!