Este verano he visitado dos lugares ligados a la figura de uno de mis autores
favoritos: Gustavo Adolfo Bécquer. El primero de ellos en pleno corazón de
Madrid. El segundo, en un solitario rincón de la provincia de Zaragoza.
Aquí, en alguno de estos balcones de la calle Libreros de
Madrid, Gustavo Adolfo Bécquer vio por primera vez a Julia Espín, la musa que
inspiró sus famosas rimas. Ella era una cantante de ópera bastante estirada, una
joven de la alta sociedad que no le hizo ni caso porque él era un simple poeta,
un muerto de hambre. Él, por su parte, escribió algunos de los versos de amor
más importantes de la poesía española.
El monasterio
de Veruela es un lugar donde el tiempo parece haberse detenido. Un enclave
lleno de misterio y romanticismo en el que el mismo Bécquer vivió entre 1863 y
1864. Allí fue donde escribió sus famosas Cartas
desde mi celda y buscó inspiración en pueblos cercanos como Trasmoz,
conocido por sus leyendas sobre brujas. Sin duda, el paso del autor por este
monasterio dejó huella, prueba de ello es la exposición que alberga sobre su
vida y obra.
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