El otro día estaba en casa y escuché a la vecina discutiendo con su marido. Le decía así:
—¡Si te envío un Whatsapp y veo que tú te conectas ocho veces, es que no me has contestado porque no te ha salido de los coj****!
Sí amigos. Pimpinela hicieron mucho daño a las relaciones de pareja, pero las nuevas tecnologías pueden ser mucho más peligrosas (para los de la LOMCE, Pimpinela: como los Cuquis de La que se Avecina pero en los 80 y cantando). Antes, los marrones con tu pareja solían darse cuando te olvidabas de su cumpleaños, cuando llegabas borracho a casa de madrugada o cuando te gastabas el dinero de la paga extra de Navidad en el bingo. Ahora, lo que se lleva es discutir por el Whatsapp.
Según una noticia, el pasado año se separaron 28 millones de parejas por culpa de esta simpática aplicación para el móvil. Y es que hay que ver cómo nos ha cambiado la vida el sucesor de los difuntos SMS. La pregunta es ¿nos la ha cambiado para mejor? ¿No éramos más felices antes, comunicándonos sólo cuando realmente lo necesitábamos? ¿Era necesario crear un chat para el móvil conectado las 24 horas, con todo el intríngulis del doble check y las peleas y reproches que (como a mi vecino) conlleva?
Lo cierto es que cada nueva red social (o cada servicio de chat, lo mismo da) trae consigo discusiones, igual que la primavera trae consigo los estornudos. Ahora es el Whatsapp, sí, pero la cosa ya viene de lejos. Acuérdate de aquella bronca que tuviste hace diez años en el messenger (tu le juraste y le perjuraste que ya te habías desconectado, pero ella te sentenció por no haber contestado a su te quiero). Acuérdate de cómo disfrutaba inundando tu bandeja de hotmail con e-mails repletos de corazoncitos y ñoñería, y de cómo reaccionó cuando le dijiste que quizás eran demasiados. Acuérdate de la vez que colgó tus fotos de borrachera en Facebook pensando que te harían gracia. Y ahora repite conmigo: ¿redes sociales y amor? Agua y aceite.
Y es que las redes sociales sirven para muchas cosas, pero sobre todo sirven para pelear. Y ya no sólo con tu pareja, sino con cualquiera al que le tengas ganas. Nunca antes había sido tan fácil y tan cómodo darle cera a quien tú quieras. Las redes sociales, como su propio nombre indica, cumplen funciones sociales, y entre estas funciones encontramos una que en mi opinión en básica: la del desahogo. Antes tenías que conformarte con gritarle a la pantalla de la televisión cuando salía algún personaje que no despertaba tus simpatías. Ahora tienes Twitter, que viene a ser algo así como el Olimpo de las bullas virtuales. Y también tienes los comentarios de Youtube, un campo de guerra abierta, sin reglas, cómo en Vietnam. Y digo yo, si gracias a las redes sociales la gente canaliza su ira y sale a la calle sin ganas de pelea, pues bienvenidas sean las dichosas redes. Aunque mucho me temo que su efecto es justamente el contrario.
Mi amigo Rafa no tiene Whatsapp. Tampoco lo quiere. Él vive en constante rebeldía hacia esta sociedad moderna y decadente. Y es feliz.
—¿Qué? ¿No te animas a pillarte un móvil con Whatsapp? –le pregunto.
—Déjate de Whatsapps, que los carga el diablo.
—Bueno, mira el lado positivo, así estarías más comunicado.
Según una noticia, el pasado año se separaron 28 millones de parejas por culpa de esta simpática aplicación para el móvil. Y es que hay que ver cómo nos ha cambiado la vida el sucesor de los difuntos SMS. La pregunta es ¿nos la ha cambiado para mejor? ¿No éramos más felices antes, comunicándonos sólo cuando realmente lo necesitábamos? ¿Era necesario crear un chat para el móvil conectado las 24 horas, con todo el intríngulis del doble check y las peleas y reproches que (como a mi vecino) conlleva?
Lo cierto es que cada nueva red social (o cada servicio de chat, lo mismo da) trae consigo discusiones, igual que la primavera trae consigo los estornudos. Ahora es el Whatsapp, sí, pero la cosa ya viene de lejos. Acuérdate de aquella bronca que tuviste hace diez años en el messenger (tu le juraste y le perjuraste que ya te habías desconectado, pero ella te sentenció por no haber contestado a su te quiero). Acuérdate de cómo disfrutaba inundando tu bandeja de hotmail con e-mails repletos de corazoncitos y ñoñería, y de cómo reaccionó cuando le dijiste que quizás eran demasiados. Acuérdate de la vez que colgó tus fotos de borrachera en Facebook pensando que te harían gracia. Y ahora repite conmigo: ¿redes sociales y amor? Agua y aceite.
Y es que las redes sociales sirven para muchas cosas, pero sobre todo sirven para pelear. Y ya no sólo con tu pareja, sino con cualquiera al que le tengas ganas. Nunca antes había sido tan fácil y tan cómodo darle cera a quien tú quieras. Las redes sociales, como su propio nombre indica, cumplen funciones sociales, y entre estas funciones encontramos una que en mi opinión en básica: la del desahogo. Antes tenías que conformarte con gritarle a la pantalla de la televisión cuando salía algún personaje que no despertaba tus simpatías. Ahora tienes Twitter, que viene a ser algo así como el Olimpo de las bullas virtuales. Y también tienes los comentarios de Youtube, un campo de guerra abierta, sin reglas, cómo en Vietnam. Y digo yo, si gracias a las redes sociales la gente canaliza su ira y sale a la calle sin ganas de pelea, pues bienvenidas sean las dichosas redes. Aunque mucho me temo que su efecto es justamente el contrario.
Mi amigo Rafa no tiene Whatsapp. Tampoco lo quiere. Él vive en constante rebeldía hacia esta sociedad moderna y decadente. Y es feliz.
—¿Qué? ¿No te animas a pillarte un móvil con Whatsapp? –le pregunto.
—Déjate de Whatsapps, que los carga el diablo.
—Bueno, mira el lado positivo, así estarías más comunicado.
Rafa le da una calada a su eterno cigarrillo encendido y escupe al suelo.
—Si alguien quiere algo de mí ya sabe dónde encontrarme.