ESCENA I
Año 1999. Un cuchitril repleto de
humo donde un grupo de jóvenes universitarios debaten acaloradamente mientras
fuman y beben cerveza. Están sentados en círculo, a modo de asamblea. En uno de
los extremos se sienta Ricardito, al que todos llaman “el antifascista”. Apenas ha cumplido dieciocho años. Luce cabello largo, viste ropa raída y lleva un pañuelo
palestino enrollado al cuello. Él lleva la voz cantante.
Ricardito: odio a la gente que se cree mejor que yo por tener un coche
más caro o una casa más grande. Son todos unos pijos, unos hijos de papá que te
miran siempre por encima del hombro. La culpa es de esta sociedad tan materialista
en la que vivimos, que sólo le da importancia al dinero y a las apariencias, pero no a lo que de verdad importa: la justicia y la libertad. Nosotros queremos un mundo mejor ¿no? Pues, ¡tenemos que cambiarlo!
Aplausos.
Aplausos.
ESCENA II
Año 2013. Frente a una
urbanización de chalets de lujo, lejos de la crisis de la ciudad, dos hombres vestidos
de etiqueta se enzarzan en una fuerte discusión que acaba a golpes. Uno de ellos,
el más violento, intenta estrangular al otro. Es Ricardito. Ahora es un hombre, y está
hecho una furia. Del bolsillo del pantalón saca la llave de su BMW para
introducírsela en el ojo a su vecino.
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