Un lunes de enero, en pleno apogeo del
invierno, cojo la bici y pedaleo hasta el cerro de
la Magdalena. Cuando llego al lugar, encadeno la bici a un árbol y doy un paseo hasta la ermita,
atravesando el bosque de pinos. El paraje es tranquilo y solitario. Nadie diría
que el próximo mes de marzo
esta colina permanecerá abarrotada de gente. Poco
después escalo hasta las ruinas del Castell
Vell. Desde aquí, sentado en
una de las murallas medievales,
la vista no puede ser mejor. Contemplo el arco que
forma la ribera del Mediterráneo
desde Oropesa hasta
el litoral de Almazora, por donde se extienden las huertas de naranjos, que poco a poco
son arrasadas por nuevas y
lujosas urbanizaciones. Admiro desde las alturas mi ciudad,
rodeada de sombras y brumas.
Examino sus edificios apelotonados, sus callejuelas sin salida, sus jardines de asfalto, sus estatuas sin alma, sus fábricas de azulejo vacías, y
por qué no (haremos un esfuerzo) su aeropuerto fantasma. Puedo
intuir sus vértebras,
sus arterias, incluso el latir de su corazón. Y entonces me doy cuenta de que si los antiguos habitantes de Castellón, los que vivieron en esta colina
hace más de setecientos años,
pudieran ver lo que veo yo ahora, llegarían a la conclusión de que más les hubiera
valido no moverse nunca de aquí.
lunes, 7 de enero de 2013
martes, 18 de diciembre de 2012
LAS CENAS DE EMPRESA
Mediados de diciembre, fin de
semana. Al caer la noche, las calles de la ciudad se llenan de “caminantes” con
destino a las tascas. No hay duda, las cenas de empresa han
llegado y hoy, te guste o no, te toca
salir de farra con los compañeros de trabajo. Durante estos días nos
encontramos
con situaciones realmente increíbles. Por ejemplo, será el único día del
año en
que verás a unos señores (a unos señores de pelo blanco, para ser
exactos) haciendo
el ridículo en la pista de la discoteca. Unos señores que por mucho que
se
empeñen ya no toleran el alcohol como antaño, se emborrachan como críos, ligan
descaradamente
con las compañeras de trabajo y le gastan bromas al jefe (esa palmadita
en la
mejilla “qué pasa cabroncete”) bromas de las que el lunes se pueden
llegar a arrepentir. Esto puede parecer una mera sucesión de tópicos, pero lo cierto es que estas cosas ocurren de
verdad.
Dale caña Germán, que hoy cae la secretaria |
Si hay algo peor que un
adolescente fanfarrón que quiere ir de adulto, es un adulto fanfarrón que quiere
ir de adolescente. Y de esto último están llenas las cenas de empresa. Está claro que
todo el mundo tiene derecho a divertirse y a hacer el cabra, aunque sólo sea
una vez al año, pero hay comportamientos que resultan, como mínimo, reprochables.
Muchos de estos señores llevan tanto tiempo sin salir que piensan quemar las
naves en una sola noche, y eso puede desencadenar algún que otro conflicto generacional. El clímax del asunto llega de madrugada, en la discoteca,
cuando el pureta de turno se desmarca de su
grupo y se dedica a acosar a las veinteañeras (que podrían ser sus hijas) para demostrarse a sí mismo y a los demás que, pese al paso de los
años, su virilidad sigue intacta. Qué queréis que os diga, a mí esa actitud sí
que me da grimilla.
Hay personas que saben salir de
fiesta a los cuarenta, a los cincuenta y a los sesenta si hace falta. Sólo se
necesita un poquito de dignidad y de “espíritu joven”. Y de regularidad también
(lo que no se puede es salir una vez al año y pretender ser el puto amo como
antes, y encima, exigir que toda aquella persona con veinte años menos se
arrodille ante ti). En el fondo, lo que les cuesta aceptar a estos señores no es
la edad, que es muy relativa, es el hecho de que hace mucho tiempo que dejaron
de ser los reyes del mambo, que sus mujeres les cortaron las alas hace siglos y
que la época de vacilarle a las jovencitas ya pasó. Ahora quizás sean los
putos amos del almuerzo y el carajillo, pero desde luego como tiburones de discoteca
dan vergüenza ajena.
¿Has visto a algún caminante? |
—Venir a las tascas hoy es como estar en un capítulo de The Walking Dead —me dice mi amigo Rafa, mientras nos tomamos una birra, inmersos entre la multitud de las cenas de empresa, casi aplastados, en una esquina de las tascas.
—Ves demasiado la tele, tío.
Rafa sonríe sarcásticamente.
—No, es verdad. Cuando estoy en una aglomeración me entra el complejo de Rick Grimes.
—Ves demasiado la tele, tío.
Rafa sonríe sarcásticamente.
—No, es verdad. Cuando estoy en una aglomeración me entra el complejo de Rick Grimes.
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Castellón, España
jueves, 13 de diciembre de 2012
YO NO SOY MANUEL VICENT
Esto es lo que ocurre si pronuncio mi nombre cinco veces
delante del espejo.
|
—Búscate un nombre artístico –me decían.
Y eso hice. Parecía la mejor solución. Comencé a darle vueltas a la cabeza en busca de seudónimos, motes y apodos, cada cual de ellos más ridículo, cada cual de ellos más alienante: Manuel *******. Lo escribí en un folio en blanco, lo observé en silencio y lo leí en voz alta. La primera vez tuvo su gracia. La segunda ya no tanto. La tercera sentí cierta incomodidad. Así que lo consulté con un amigo.
—Rafa, ¿qué te parece este nombre para mí?
—¿Qué nombre?
—Manuel *******.
Mi amigo soltó una carcajada.
—Suena a anuncio de compresas, colega.
Y lleva razón. Es como esa cuenta de correo electrónico que te abriste a los dieciséis con un nombre espantoso, y que aún conservas, pero ni se te pasa por la cabeza decírsela a nadie, y menos aún a tu jefe. Porque no cuela.
Elanillodepoder75@hotmail.com ya no cuela.
Por todo ello, he llegado a la conclusión de que ponerse un apodo es algo grotesco, esperpéntico, que diría Valle-Inclán. Y después de mucho pensarlo, he decidido no renunciar a mi verdadero nombre. Realmente no era tan complicado: podría haber usado el apellido materno (algo que mi padre jamas me hubiese perdonado), o buscar un buen seudónimo, como hicieron Lewis Carroll, Pablo Neruda y tantos otros. Pero no. Manuel Vicent. Ahí, con un par. Es más, no sólo no me cambio el nombre, sino que pienso explotar esta feliz coincidencia al máximo, y sin ningún tipo de remordimiento. Si lo dice mi DNI, no es delito (y quizás hasta me ahorre faena de posicionamiento en los buscadores). De todas formas, coincidencias e ironías aparte, creo que hay sitio para dos Manueles Vicents en este mundo. El primero es un escritor consagrado que ha dedicado su vida a la literatura y al periodismo. Uno de los grandes. El otro justo acaba de saltar a la arena.
—¿Qué nombre?
—Manuel *******.
Mi amigo soltó una carcajada.
—Suena a anuncio de compresas, colega.
Y lleva razón. Es como esa cuenta de correo electrónico que te abriste a los dieciséis con un nombre espantoso, y que aún conservas, pero ni se te pasa por la cabeza decírsela a nadie, y menos aún a tu jefe. Porque no cuela.
Elanillodepoder75@hotmail.com ya no cuela.
Por todo ello, he llegado a la conclusión de que ponerse un apodo es algo grotesco, esperpéntico, que diría Valle-Inclán. Y después de mucho pensarlo, he decidido no renunciar a mi verdadero nombre. Realmente no era tan complicado: podría haber usado el apellido materno (algo que mi padre jamas me hubiese perdonado), o buscar un buen seudónimo, como hicieron Lewis Carroll, Pablo Neruda y tantos otros. Pero no. Manuel Vicent. Ahí, con un par. Es más, no sólo no me cambio el nombre, sino que pienso explotar esta feliz coincidencia al máximo, y sin ningún tipo de remordimiento. Si lo dice mi DNI, no es delito (y quizás hasta me ahorre faena de posicionamiento en los buscadores). De todas formas, coincidencias e ironías aparte, creo que hay sitio para dos Manueles Vicents en este mundo. El primero es un escritor consagrado que ha dedicado su vida a la literatura y al periodismo. Uno de los grandes. El otro justo acaba de saltar a la arena.
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Castellón, España
lunes, 10 de diciembre de 2012
LOS QUE VAN A ESCRIBIR TE SALUDAN
Hace poco tuve la originalísima idea de escribir un blog. Lo
sé, este mundo ya no necesita más blogs con las ralladas mentales de un don
nadie. Internet está repleto de ellos. Antes de saltar a la arena de la
escritura, tenía muy claro que todo lo que intentase escribir ya se habría
dicho antes. Y probablemente mejor. Es como en las pelis de gladiadores: ya se
han rodado muchas versiones de la misma historia, pero eso no parece amedrentar
al director de turno para hacer la suya propia. Si nos paramos a analizarlas, veremos
que cada versión explota unas características determinadas: una tiene más
sangre y la otra más diálogos, una apuesta por la violencia y otra por el amor,
una tira de épica y la otra de abdominales pintados. Y así, suma y sigue. Sin
embargo, y con el permiso de Spartacus
(la de Stanley Kubrick, no la serie de las pililas) creo que aún no se ha
rodado el péplum definitivo. Con el tiempo llegará otro director
dispuesto a contarte su película, que podrá ser mejor o peor que las anteriores,
pero nos la clavará igualmente (véanse Gladiator, 300, Centurión, La Legión del Águila, etc). Pues con el asunto del blog sucede algo parecido:
—¿Por qué quieres escribir un blog si ya existen cuarenta mil iguales? —me preguntan—, ¿es necesario?
Yo siempre les respondo:
—Eso es como preguntarle a un hombre por qué quiere tener sexo con las mujeres si ya hay montones de hombres en el mundo teniendo sexo con mujeres.
Un saludo y bienvenidos.
—¿Por qué quieres escribir un blog si ya existen cuarenta mil iguales? —me preguntan—, ¿es necesario?
Yo siempre les respondo:
—Eso es como preguntarle a un hombre por qué quiere tener sexo con las mujeres si ya hay montones de hombres en el mundo teniendo sexo con mujeres.
Un saludo y bienvenidos.
Ave, Caesar, escrituri te salutant |
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