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viernes, 22 de mayo de 2015

LOS 10 MANDAMIENTOS DEL "BUEN" CASTELLONENSE

1. Tienes que criticar a los demás porque los demás también te critican a ti. Si no criticas a nadie no eres de fiar.
2. fingE llevarte bien con las personas a las que criticas. La vida da muchas vueltas. Nunca se sabe qué mano te dará de comer.
3. Tienes que pertenecer a una familia de clase acomodada, con contactos, gent de dinerets. Si no es así, busca una buena pareja y fes un bon casament (esto último sólo sirve para las mujeres).   
4. consIGUE una mujer más guapa que la del vecino (si encima la quieres mejor, pero eso no es lo importante). Tu mujer, que es más guapa que la del vecino, te dará unos hijos más guapos que los del vecino. Sácalos en el Pregón infantil. Que luzcan. 
5. Tienes que tener un trabajo para ganar más dinero que el vecino. No para ser feliz. No seas tonto: he dicho para ganar más dinero que él. Si ganas menos, debes mentir para aparentar.
6. Tienes que tener un coche más grande que el del vecino. Tienes que comprarte un Smartphone más grande que el del vecino. (Aclaración: el tamaño de tu pene importa, pero no tanto, porque eso no se ve, y las tetas siempre estás a tiempo de operártelas).
7. VOTA al partido mayoritario. La ideología no importa. Hay que estar con los que ganan.     
8. Tienes que competir. La vida es competir. En todo. Y competirás, te guste o no te guste. La única diferencia es que si no compites quedarás el último. 
9. Tienes que SUPERAR al  vecino para que él no te supere a ti.
10. Tienes que APLASTAR al vecino antes de que él te aplaste a ti. 

    Esta, amigos, es la mentalidad que hemos desarrollado generación tras generación. Nos han enseñado a construir nuestra autoestima en base a estas estúpidas creencias. Envidias, celos, rencores, peleas y rivalidades. Y ya no me refiero únicamente a Castellón. Así funciona el mundo. Así funciona España, que es la quintaesencia de lo que acabo de exponer. La crisis económica actual únicamente agudiza nuestra miseria moral. Un eterno círculo vicioso del que, a este paso, no saldremos nunca. ¿Solidaridad? Y una leche. Aquí vale todo para llegar el primero, y el último "maricón". Los políticos son el primer ejemplo de ello. 
          Y ahora id y votadles.

Ilustración: El Roto


jueves, 27 de noviembre de 2014

LA ISLA DE MARIO

Esta será la portada de mi novela La isla de Mario, que da el salto de Internet al papel de la mano de ACEN editorial. La portada es obra del ilustrador Joaquin Porcar (Caffeine Artwork). 


SINOPSIS: Mario, un joven dibujante de cómics, se muda a vivir a un piso con su novia Penélope, con quien planea casarse. Todo parece ir bien en su vida, pero un día, de la noche a la mañana, sucede lo inexplicable: Mario se despierta en la playa de una remota isla. Y lo que es peor, no recuerda cómo ha llegado hasta allí. Pronto descubre que tiene compañía, pues vagando por la selva se encuentra a Laura, la amiga de la infancia de su prometida Penélope. Laura, una joven valiente y atractiva, es la única persona que puede arrojar algo de luz acerca de su paradero. Por desgracia, al igual que Mario, Laura únicamente recuerda que despertó allí. A medida que pasan los días, ambos entienden que si quieren sobrevivir van a tener que permanecer juntos. Mientras exploran la isla en busca de alimento, tratarán de hallar respuesta a sus múltiples interrogantes: ¿Por qué están allí? ¿Dónde están sus seres queridos? Y lo más importante: ¿cómo escaparán?
Construida mediante flashbacks, La isla de Mario es una novela que desafía el ingenio. Un puzzle en el que encajan casi todos los ingredientes: intriga, drama, amor, humor e incluso terror. Un juego de referencias literarias y cinematográficas que van desde el primer Robinson a Julio Verne, desde El lago azul a Perdidos. Sumérgete en una trama que te absorberá hasta la última página.
Blog de la novela: http://laislademario.blogspot.com.es/

domingo, 15 de diciembre de 2013

SANTOS, DIABLOS Y UZZHUAÏA


Descubrí a Uzzhuaïa hace cinco años, por recomendación de unos colegas. Lo único que conocía de ellos era su cover de La Chispa Adecuada de los Héroes del Silencio, un tema que en su momento escuché con cierto escepticismo, sin duda debido a mi fanatismo por el grupo de Enrique Bunbury (aunque después de oír la versión de Aterciopelados en el álbum de tributo a los Héroes, el cover de los Uzz me parece sencillamente sublime). “Tú escucha sus discos”, me dijeron. Y en fin, eso hice. En menos de una semana ya era un completo fan. Eso es algo que me ha pasado con muy pocos grupos, y sin duda Uzzhuahïa es uno de ellos. Y es que el grupo valenciano capitaneado por Pablo Monteagudo puede presumir de ser el grupo de rock español con más proyección del momento, algo que les convierte en firmes candidatos a mejor grupo de rock español de la actualidad.  
     Les vi por primera vez en directo en la sala Japan de Villareal, en 2008, durante la gira de Destino Perdición (ese discazo). Los pocos que éramos presenciamos un concierto lleno de energía, con un repertorio que contenía todos sus clásicos. Mi segunda vez se hizo esperar, no fue hasta el Festival Costa de Fuego 2012, en Benicasim, poco antes de la actuación de Guns N’Roses. Aún recuerdo la calda insoportable de aquella oscura carpa Jack Daniel’s, llena hasta la bandera, y cuya única virtud era poseer una acústica espectacular. Fue un concierto corto pero intenso, con abundantes temas de su anterior disco, 13 Veces Por Minuto. Salí tan extasiado que incluso los Guns me aburrieron. El pasado viernes fue la tercera, y esta vez jugaba en casa.
     La Sala Zeppelin fue el lugar de Castellón donde Uzzhuaïa presentó Santos y Diablos, su último disco, y quizás su álbum más oscuro desde Diablo Blvd (si entendemos por “oscuro” el hecho de que contenga temas más viscerales, temas que tal vez no entren tan “a la primera” como los de Destino Perdición o los de su disco homónimo del 2006, pero que ciertamente crecen con las escuchas). Es por eso que tenía ganas de ver cómo funcionaban las nuevas canciones en directo, y no tuve que esperar mucho, pues el comienzo con Una historia que contar ya nos anticipó que le iban a dar mucha caña al Santos y Diablos. De hecho, el setlist contó con hasta ocho canciones del nuevo disco, lo que demuestra que Uzzhuaïa es una banda valiente, que no duda en sacrificar temas clásicos para presentar otros nuevos. Me gustó mucho El Solitario, y ese final apoteósico con Santos y Diablos, por no hablar del momento en que La Mala Suerte, como de costumbre, nos quiso acompañar. Personalmente, eché de menos algunos temas como Nuestra Revolución, Perdido en el Huracán o Cuando ya no quede nada. Sí, soy un nostálgico, qué le vamos a hacer. Pero quitando esto, que es algo lógico cuando un grupo acumula discos, solo puedo quitarme el sombrero ante una banda que siempre se deja la piel en el escenario, y que tras el concierto, además, tiene ese rato para tomar una birra y charlar con sus fans. Ojalá hubieran más grupos así. 
     La sala Zeppelin presentó un aforo medio, aceptable sólo si tenemos en cuenta que esto es Castellón, y que aquí el único rock que conocemos es el de los Mojinos Escozíos cuando llegan las Fiestas de la Magdalena. Eso sí, el público estuvo entregado desde la primera a la última canción, y eso es algo que, dentro de la paupérrima escena rockera de esta ciudad, se agradece. Ahora, a esperar hasta la próxima. 
    


Uzzhuaïa durante su actuación en la sala Zeppelin

lunes, 18 de noviembre de 2013

LO QUE PIENSAN LOS DEMÁS

Si pudiéramos escuchar lo que piensan los demás de nosotros, probablemente no nos quedaría ni un amigo en el mundo. Algo así le sucedía al personaje de Kelly, la American Choni que interpretaba Lauren Socha en la serie de televisión Misfits. Para los que nunca han visto la serie, Kelly, además de choni, era una joven que apenas confiaba en los demás porque tenía la increíble facultad de escuchar las cosas (generalmente guarrindongas) que pensaban de ella. Nosotros, por suerte, no tenemos ese superpoder. En cambio, tenemos otro mucho más sano, y sobre todo, mucho más entretenido: el poder de saber lo que piensan los demás del vecino. Para ello, nos basta únicamente con dar una vuelta por el barrio. Porque, admitámoslo ya: en este país somos muy chafarderos. Nos encanta murmurar. Xarrem massa, que se dice en mi ciudad. Eso sí, tenemos el detalle de hacerlo cuando el blanco de los chismorreos no está delante nuestro.

Kelly sabe lo que estas pensando
     Antiguamente las señoras criticaban en el mercado, los hombres en el bar. En invierno se criticaba alrededor de la chimenea, haciendo calceta, y en verano sacando las hamacas a la acera, a ver quién pasaba. También se estilaba mucho lo de criticar por teléfono, llevando la silla al lado del mueble (que luego con la factura te daba un patatús). Era un hábito que se aprendía desde bien temprano, en el colegio. Hoy en día la alcahuetería está llegando a la era digital gracias a las nuevas generaciones, que extienden el deporte nacional por distintos canales como Facebooks, Messengers o Whatsapps. Pero es que lo llevamos en el ADN: nos gusta rajar, criticar, censurar y acusar a todo hijo de vecino. A amigas y amigos, a familiares, parientes, herederos, conocidos o desconocidos. Qué más da. Por el mismo precio criticamos al panadero, a la señora frutera, a la cajera del supermercado, al mecánico, al funcionario, al camarero, a la cartera y hasta al médico de cabecera. Aquí no se libra ni dios. Y el motivo es lo de menos. Siempre existe alguna estúpida razón para despellejar a alguien, y si no existe se inventa, que aquí somos muy duchos en imaginación. 
     Yo vivo en barrio donde se conoce todo el mundo. El otro día bajé a comprar el pan, y la mujer que me despachó estaba hablando (es decir, rajando) con otra señora sentada (atención al detalle) en una silla  al lado del mostrador, junto al estante del pan integral, ahí, como si formara parte de la decoración. De pronto, una mujer pasó por delante del escaparate, y ellas, sin cortarse un pelo, comenzaron a murmurar: “oy, oy, oy, mira a la Paquita qué traje más feo se ha comprado”. Y la otra que le responde: “¿y qué me dices del marido? Es un sin vergüenza, si baja todas las noches al bingo y se sienta con una rubia”. Que yo iba a decirle “señora, ¿y usted cómo lo sabe? ¿Es que tiene espías en el bingo o qué?”. Que probablemente me hubiera contestado “no, es que me robó dos líneas prácticamente cantadas”. Luego, cuando ya salía de la panadería, encontré a una niña de unos doce años sentada en los escalones de la entrada, con el Smarthphone, que casi era más grande que ella, toqueteando la pantalla. Le dije: “¿qué tal niña? ¿Con el Whatsapp?”. Me contestó: “Sí, contándole a mis amigas que a Paquita se los ponen bien puestos”.
     Hay que ver lo rápido que aprenden las nuevas generaciones.
       


viernes, 1 de marzo de 2013

¿QUÉ ES LA MAGDALENA?



Foto sacada de: "¡Viva el Viernes!"

       La gente que no es de Castellón no entiende la Magdalena. ¿Las fiestas patronales? Sí, claro. Y luego dicen que nos dedicamos a comer magdalenas durante toda la semana. Nada. Ni idea. Hay que vivir en Castellón para conocer bien lo que representan las fiestas de la Magdalena. Dejando a un lado el rollo jerárquico-social de las reinas, las damas, las madrinas, la Junta de Fiestas, las familias, las rencillas y las envidias (asuntos donde no voy a entrar, porque no me apetece, más que nada) lo cierto es que estas fiestas significan algo especial para todo aquel que ha crecido en esta bendita ciudad. Pero ¿por qué? ¿Cómo le explicaríais a un guiri que esto no es sólo fiesta y sangría, que es algo más? ¿Cómo le haríais entender lo que representan las fiestas de la Magdalena para que lo entendiera?
       La Magdalena es el olor a pólvora, es el estruendo de la mascletá bajo el sol de mediodía. Es la blusa, la boina y el pañuelo. Es el chato en el Mesón del Vino, es comer cacao, tramús y llonganissa seca con tus amigos de siempre. La Magdalena huele a tarde soleada de sábado, a cabalgata del Pregón, a tumulto, a petardos, carrozas, alegría y confeti. La Magdalena es la borrachera que no hace daño, la que hasta una madre ve con buenos ojos. Es el castillo de fuegos al anochecer, la verbena de la plaza, el cubata de garrafón de la colla y el cachondeo incesante. La Magdalena es el continuo desfile de gente, gente de todas las edades y condiciones, gente por todas partes, familiares, amigos, conocidos, amigos de amigos y amigos de conocidos. La Magdalena es la provincia entera concentrada en las calles de la capital, es no querer mear en la calle por vergüenza y terminar haciéndolo de todas formas. La Magdalena es no aparecer por casa, ver a tu madre como mucho media hora al día, comer un bocadillo por ahí y no saber qué cenarás, eso si al final cenas. Es acabar resopando churros (o desayunando, según se mire) a las seis de la mañana. La Magdalena es romería matutina, es motocarro engalanado, es la canya, la dolçaina y el tabalet. Es la extensa huerta de naranjos ante ti, es bocadillo de faves y bota de vino. Es el enésimo concierto de Mojinos, de Seguridad Social o de Camela. Es caerse de sueño y aún así seguir de fiesta. La Magdalena es, como se suele decir, Festa Plena. Es, en definitiva, una semana que no parece tener fin, que termina por pura inercia y que, aunque agradezcas su fin (por salud, más que nada) en el fondo la alargarías una semana más.
        Felices fiestas a todos.

viernes, 8 de febrero de 2013

LA NOCHE DEL TIGRE (RELATO)

Basado en los hechos que tuvieron lugar (o no) durante la noche del 4 de febrero de 2013, en Castellón.  


Carlitos tenía seis años y nunca había ido al circo. Aquella noche de principios de febrero era su primera vez. Acompañado de su abuela Pepa, se introdujo en la carpa y soñó despierto con los payasos y los trapecistas, como cualquier niño de su edad. El espectáculo de las fieras fue sin duda el que más le impactó. Aquel domador fustigaba a las bestias con su látigo sin temor alguno. El público aplaudía boquiabierto y entusiasmado su actuación. Carlitos no salía de su asombro, cuando de pronto, un detalle llamó poderosamente su atención.
—Yaya, ¿esa puerta no está mal cerrada? –preguntó, zarandeando a su abuela.
La pobre Pepa tenía los ojos medio cerrados. Había tenido un día agotador y encima le había tocado llevar a Carlitos al circo.
—¿Qué puerta?
—La de la jaula, ¿lo ves? –dijo Carlitos, señalando hacia la pista.
Pepa se frotó los ojos, miró a su alrededor y vio a la gente disfrutando de la magia del circo.
—No hombre no, qué va a estar mal cerrada. Esa puerta se cierra así.
—Que no, que está mal cerrada –dijo Carlitos, impertinente, con su voz de pito.
—Anda Carlitos, calla y mira el circo. Mira los tigres como rugen. 
Y entonces estalló el griterío. Una de las fieras se abalanzó con todas sus fuerzas contra la jaula y abrió la puerta. El público enloqueció, las sillas volaron por los aires y la carpa del circo se tambaleó debido a la avalancha de personas que huían despavoridas buscando la salida. El domador corrió a cerrar la jaula para evitar que las otras fieras escaparan, pero no pudo evitar que un tigre macho, el más veterano de todos, saltase al patio de butacas y accediese al exterior de la carpa. Carlitos, sentado aún en la silla, pensó que su abuela tenía razón en lo que le había dicho: el circo era el mayor espectáculo del mundo. 

*   *   *

Pablo ya casi no tenía ni para comer. Llevaba cinco años en el paro desde que su pequeña empresa de muebles había quebrado. Como no tenía ahorros no podía marcharse al extranjero a buscar trabajo, así que a sus cuarenta y tres años, estaba condenado a malvivir en las calles de su Castellón natal. Aquella noche sólo le quedaban diez euros en la cartera, y decidió invertirlos al máximo en la última compra que se podía permitir. Salió del Carrefour con lo justo para sobrevivir: productos de las marcas más baratas y con la mayor cantidad de alimento.
Cristian aún estaba peor que Pablo. Él sí que no tenía nada que llevarse a la boca aquella noche. Cuando se dejó los estudios a los dieciséis años para trabajar en la obra, nunca pensó que acabaría en la miseria. Aquellos fueron tiempos de bonanza económica. Cristian, conocido en el barrio como “el Meko”, cobraba un sueldazo que le permitió comprarse un BMW, una moto y fumar marihuana siempre que quisiera. De aquello hacía ya diez años. Desde entonces nunca había pasado un momento tan complicado. Había tenido que vender el coche y la moto para poder subsistir, y eso fue antes de que a su madre le embargaran el piso. Lo único que le quedaba era la afilada navaja en la mano, oculta en el bolsillo del chándal. En las cercanías del parking de Carrefour, agazapado en la oscuridad, “el Meko” acechaba a su próxima presa.        
—Tú. Dame la pasta.
Pablo sintió algo punzante en el cuello y se quedó paralizado.
—¡No, no tengo nada! –gritó asustado.    
—Shhhh… no grites cabrón. Dame la pasta o te rajo.
Pablo se preguntó para sus adentros qué habría hecho para ser tan desgraciado.
—Rájame si quieres, pero esto es todo lo que me queda.
De pronto, un rugido estremecedor les heló la sangre. Lo último que vio “el Meko” fue que algo se le abalanzaba encima. Algo peludo de largos dientes y afiladas garras. Pablo, por su parte, dejó de sentir la presión de la navaja en el cuello y se quedó allí de pie, extrañado, con las bolsas de la compra en la mano. Entonces comenzó a oír un griterío a su alrededor. Las personas huían aterrorizadas del parking de Carrefour. Algunos corrían a refugiarse en el centro comercial, otros se metían dentro de los coches, abandonando los carros llenos. Pablo se dio la vuelta y escudriñó en la oscuridad. Tras él yacía el cuerpo de un joven, y justo a su lado, distinguió una figura de llameantes ojos que le observaba atentamente. Pablo escuchó un rugido frente a él y luego vio una sombra huyendo entre los coches del parking. Estaba casi seguro de haberle olido el aliento a un tigre, pero no se atrevía a creerlo. 

*   *   *

—¡Nena, ponme un Big Mac!
—¿Algo más?
—Y una cervecita.
—¿Algo más?
Julián Santos frunció el ceño y sonrió con picardía.
—Hombre, si me quieres hacer una mamada…
—Aquí no hacemos de eso, señor.
—Pues es una lástima, porque tienes unos morritos muy apetecibles.
—Si no se calla llamaré al jefe –respondió Alexia, sin inmutarse.
—No mujer, al jefe no. Que será un tío mu feo.  

Julián Santos se embuchó la hamburguesa en la mesa del McDonald’s y eructó con todas sus fuerzas. La gente de su alrededor volvió la mirada en su dirección con asco, momento que él aprovechó para saludarles con la mano. “Buen provecho”, les dijo. Luego se levantó al lavabo a orinar, y mientras vaciaba la vejiga se tiró un cuesco que retumbó con fuerza en las paredes. Julián Santos rompió a reír y se sintió orgulloso de haber provocado aquel estruendo con sus tripas. También escuchó gritos procedentes de la sala, y pensó que los había causado él con su ventosidad, lo cual le provocó más risa todavía. Luego se miró en el espejo, se arregló el pelo intentando disimular la calvicie, se frotó la barriga, se colocó bien el cuello de la camisa y se sacó por fuera la cadena de oro con la cruz de Caravaca. Cuando estuvo listo regresó al interior del McDonald’s y lo encontró completamente desierto.
—Coño, ¿dónde estáis? ¿Qué jugamos al escondite o qué?  
Parecía que hubiera pasado un huracán. Julián Santos miró en todas direcciones y no vio a nadie, ni siquiera en el mostrador donde había pedido la hamburguesa. Se encogió de hombros, y sin pensarlo dos veces se acercó silbando a una mesa vacía, cogió una cartera y salió del establecimiento con las manos en los bolsillos. Alexia, acurrucada en la cocina junto al resto de los clientes, vio salir a Julián Santos por la ventana trasera. El hombre caminaba tranquilo, silbando una canción de Los Chichos. No sabía qué le había sorprendido más, si la actitud de aquel señor repugnante, o el tigre que se había colado dos minutos antes por la terraza del burguer. Julián Santos puso rumbo al Caminás, dispuesto a gastarse el dinero en prostitutas, sin percatarse de la sombra felina que le perseguía por detrás.

*   *   *

Carlitos y su abuela regresaban a casa con el susto aún en el cuerpo. La pobre Pepa casi no podía caminar del soponcio. Carlitos, en cambio, estaba muy emocionado.
—Qué guay es el circo, abuela.
—Calla niño, y date aire, que quiero llegar a casa.  
—Pero si yo ando más deprisa que tú.
Pepa no tenía teléfono móvil porque no sabía utilizar aquellos aparatos tan extraños. Ella era de otra época. Y Carlitos era demasiado pequeño para tener móvil. Con lo cual, ninguno de ellos había podido llamar a su familia para pedir ayuda. Cuando llegaron por fin a la plaza Cardona Vives, Pepa sacó la llave del bolso y se dispuso a abrir el portal de su casa. 
—¡Mira yaya! ¡El tigre!
—No digas tonterías, niño –dijo Pepa mientras le daba la vuelta a la cerradura.
—Qué majo es.
La abuela empujó la puerta con la mano y le hizo un gesto a Carlitos para que entrara dentro. Pero Carlitos no le hacía ni caso. Pepa alzó la vista y vio a su nieto abrazado a un enorme tigre de bengala. El animal estaba sentado sobre las patas traseras, en pose majestuosa, mientras Carlitos le acariciaba la frente.
—¿Nos lo podemos llevar a casa, yaya?
—Entra en casa inmediatamente –le dijo su abuela, pálida.
El tigre la miraba con expresión seria, como si oliese su miedo.
—¿Nos lo llevamos?
—No, entra en casa ahora o te juro por dios que te castigaré hasta Nochebuena.
—Jo.
Carlitos, decepcionado, se despidió de su amigo el tigre y entró en el portal. Pepa cerró la puerta a cal y canto. El tigre se quedó allí sentado, observando curioso los movimientos de aquellos dos seres humanos. Luego bostezó mostrando su boca de dientes afilados. La abuela Pepa entró en casa gritando, contándole a su hija y a su yerno lo que había sucedido. Carlitos por su parte fue corriendo a la nevera, cogió un trozo de pollo que había sobrado de la comida, se asomó al balcón y se lo lanzó a su nuevo e inesperado amigo. El tigre se puso en pie y lo olisqueó. Luego lo engulló, rugió y se perdió por las calles de Castellón.

lunes, 28 de enero de 2013

ADIÓS PARA SIEMPRE A LA GRAMOLA

Cualquier persona que pase por la calle Enseñanza a la altura del nº 7 verá un solar lleno de escombros. Si esa persona tiene más de 20 años y es amante del rock, probablemente verá algo más que un simple solar lleno de escombros. Y si resulta que además pasó su adolescencia en Castellón de la Plana, posiblemente sienta una ligera morriña correteando en su interior. Así es, el edificio que albergaba La Gramola, el mítico local de punk rock de Castellón, fue derruido a finales del pasado 2012, tras más de 40 años a la cabeza del ocio nocturno en pleno centro de la ciudad. La Gramola abrió por última vez la noche del 25 de febrero del año 2006, y aunque reabrió poco después con diferentes nombres, su sentencia de muerte había sido firmada. El local perdió su clientela habitual y nunca recuperó su antigua fama, hasta caer poco a poco en un estado de semiabandono en los últimos años.  

 
     El primer fin de semana tras su demolición, eran muchos los curiosos (entre los cuales me incluyo) que husmeaban por encima de la valla y sacaban fotos del lugar emocionados. “No me lo puedo creer, pasé toda mi adolescencia aquí”, decía una chica. Entre los comentarios que llegué a escuchar, los hay que afirmaban que allí habían pasado la mejor época de su juventud. Lo cierto es que, sentimentalismos aparte, La Gramola dejó tras de sí un ambiente irrepetible, y sobre todo, noches interminables de rock, calimocho, cerveza, sudor, y sobre todo, buen rollo. Porque eso es lo que caracterizaba a los gramoleros, el buen rollo y las ganas de pasarlo bien, más allá de politiqueos y discusiones ideológicas varias, que haberlas las había, pero no eran la regla. Cualquier persona que pasó por La Gramola sabe que allí la música era la verdadera protagonista: Rosendo, Barricada, Extremoduro, Reincidentes, La Polla Records, Def con Dos, Soziedad Alkoholika, Los Suaves, Hamlet, O’funk’illo, Boikot, Mägo de Oz, Barón Rojo, Siniestro Total…, toda la artillería pesada del rock patrio retumbaba en las paredes mientras Guillermo y Vicente, incombustibles tras la barra, servían litros y más litros de calimocho y cerveza para disfrute de la chavalería.
     

"Guillermo, ponte un litro y una de Extremo"
     
La Gramola abrió el camino a otros muchos locales con la misma filosofía: el Virusel Distriz, el Boskeel Bar Varosel Duende, el Nazgul, el Forat, el 411, etc., la mayoría de los cuales fueron cerrando con el paso del tiempo, debido en parte al endurecimiento policial y al auge de la famosa zona ZAS, que hizo estragos en la capital de La Plana durante la primera década del siglo XXI. Es por eso que la demolición de La Gramola puede interpretarse como un símbolo de que la escena rockera de la ciudad (con permiso de los metaleros Pub Manowar y Barri Gotic) ha muerto definitivamente. De hecho, la última canción que sonó en la noche de su cierre fue Hay Poco Rock’n’Roll, de Platero y Tú. Toda una premonición, teniendo en cuenta que Fito Cabrales canta aquello de: vas a cerrar el bar, ¡no jodas! Yo quiero rock’n’roll ¿adónde voy ahora? 

Aspecto que presentaba el local antes de ser derruido

Al fondo aún se distingue el rincón "del apalanque" en forma de nicho


ACTUALIZACIÓN a Noviembre de 2014: ya no existe ningún solar lleno de escombros. En su lugar se levanta un pequeño bloque de aspecto señorial. Sería interesante investigar si los nuevos vecinos, a altas horas de la madrugada, perciben el sonido ahogado del rock and roll retumbando por las paredes.   

lunes, 7 de enero de 2013

LA PLANA (RELATO)


Un lunes de enero, en pleno apogeo del invierno, cojo la bici y pedaleo hasta el cerro de la Magdalena. Cuando llego al lugar, encadeno la bici a un árbol y doy un paseo hasta la ermita, atravesando el bosque de pinos. El paraje es tranquilo y solitario. Nadie diría que el próximo mes de marzo esta colina permanecerá abarrotada de gente. Poco después escalo hasta las ruinas del Castell Vell. Desde aquí, sentado en una de las murallas medievales, la vista no puede ser mejor. Contemplo el arco que forma la ribera del Mediterráneo desde Oropesa hasta el litoral de Almazora, por donde se extienden las huertas de naranjos, que poco a poco son arrasadas por nuevas y lujosas urbanizaciones. Admiro desde las alturas mi ciudad, rodeada de sombras y brumas. Examino sus edificios apelotonados, sus callejuelas sin salida, sus jardines de asfalto, sus estatuas sin alma, sus fábricas de azulejo vacías, y por qué no (haremos un esfuerzo) su aeropuerto fantasma. Puedo intuir sus vértebras, sus arterias, incluso el latir de su corazón. Y entonces me doy cuenta de que si los antiguos habitantes de Castellón, los que vivieron en esta colina hace más de setecientos años, pudieran ver lo que veo yo ahora, llegarían a la conclusión de que más les hubiera valido no moverse nunca de aquí.