miércoles, 15 de mayo de 2013

LA CRISIS DE LOS 30

 

Ya hace algunos meses que le doy vueltas a esto de cumplir treinta años. Treinta años, treinta. Como en los carteles de las corridas de toros: “seis toros, seis”. Que por cierto nunca he sabido por qué anuncian el seis dos veces. ¿Es que no basta con una? Pues con los treinta ocurre igual. Antes, con veintitantos, llegaba el día de tu cumpleaños y simplemente te decían “felicidades”. Ahora, con una sonrisa irónica y una palmadita en la espalda, te dicen: “felicidades ¿eh? Treinta años, treinta”. Y entonces tú desearías embestir. 


LO QUE IMPLICA EL NUMERITO
La gente me dice que apenas he cambiado. Tanto en lo físico como “en lo demás”. Ahora bien, mientras lo primero está bien visto (esta persona no envejece, se cuida, etc.) lo segundo (no cambiar “en lo demás”) no está tan bien visto. Y menos cuando cumples los treinta. Esta sociedad acepta de buena gana al Dorian Gray de turno que vende su alma al diablo a cambio de la eterna juventud, pero castiga con el ostracismo a todo aquel que se niega a cambiar “en lo demás”. Y es que cumplir treinta años implica que todo el mundo espera de ti un cambio importante, puede que incluso drástico, “en lo demás”. Implica que la gente, a partir de ahora, espera ver en ti a una persona adulta que haga cosas propias de un adulto. Implica que los comportamientos y actividades de los jóvenes veinteañeros (no digamos ya de los adolescentes) nunca más serán adecuados para tu edad. Ahora eres un adulto. Tú creías que lo eras desde los dieciocho, pero no. Eso es lo que te hicieron creer. A los dieciocho eras un niñato. Podías votar y conducir, sí, pero seguías fumando porros y haciendo el capullo con tus compañeros de la facultad. Ahora eso ya no se te permite. Al menos moralmente. Así que prepárate para tu nueva vida. Se acabaron las borracheras con los colegas. Se acabó hacer lo que a ti te dé la gana. Se acabó tu libertad. Ahora te toca casarte, comprarte un piso, tener hijos, abonarte al plus, echar barriga, perder el pelo y palmar. Esa es la vida que te espera. O al menos, la vida que los demás esperan de ti. Acabas de descubrir el significado del término “presión social”. Felicidades, ése es tu regalo de cumpleaños.   
     Los expertos llaman a este marrón “La crisis de los 30”, una etapa de cambios estructurales donde te replanteas tu vida entera y te afanas por lograr el éxito laboral y sentimental antes de los 35. Porque si no lo logras serás un auténtico fracasado. De ahí que la gente se vuelva loca intentando cambiar “en lo demás”. 

MADURA YA, COPÓN
Pero, ¿qué pasa si decides no cambiar “en lo demás”? Nada. Que eres un inmaduro. Que no eres como toca. ¿Y eso tiene consecuencias? Por supuesto. Te apartarán a un lado. Ya lo irás notando. Pero vayamos al grano de una vez: madurar. Yo no digo que uno no deba madurar. Al contrario, es un proceso importantísimo para el desarrollo de una persona. Pero desde luego, tengo claras una serie de cosas en lo que al término madurar se refiere, entre ellas las que menciono a continuación: 
  • Si madurar significa dejar de soñar y de crear cosas nuevas, yo soy un inmaduro. 
  • Si madurar significa dejar de sentir la emoción de un niño, yo soy un inmaduro.
  • Si madurar significa dejar de salir con los colegas, yo soy un inmaduro.
  • Si madurar significa abrazar una vida rutinaria y gris, yo soy un inmaduro.
  • Si madurar significa quitarse de la cabeza “esas tonterías”, yo soy un inmaduro.   
  • Si madurar significa esbozar “esa sonrisa” de resignación, yo soy un inmaduro.
  • Si madurar significa sentar la cabeza para pensar con el culo, yo soy un inmaduro.
  • Si madurar significa ahorrar para la vejez y votar a la derecha, yo soy un inmaduro.
  • Si madurar significa dejar de vestir zapatillas y vaqueros, yo soy un inmaduro.
  • Si madurar significa comprarse un Audi para demostrarle al mundo que no te afecta la crisis (ni la de los 30, ni la económica), yo soy un inmaduro.  
  • Si madurar significa preferir la injusticia al desorden, yo soy un inmaduro.  
  • Si madurar significa, en definitiva, acatar sin chistar las directrices que te marca la sociedad, abrazar las modas, lo fácil, las apariencias y la falsedad… yo, rotundamente, soy un inmaduro.

     Y puede que sea un inmaduro. Eso me da igual. Lo que no me da igual, lo que no aguanto, es que vengan a darme lecciones sobre qué es madurar. Porque a lo mejor, mi visión de la madurez es diferente a la suya; porque a lo mejor, lo que nos hace madurar no son los años ni el progreso material, sino las experiencias vitales, buenas y malas (aprenderás más de las malas); porque a lo mejor, lo que para ellos significa madurar, para mi es morir en vida. Y puede que a lo mejor, ese niño que llevo dentro, ese niño que llevamos todos dentro y que nos empeñamos en matar cada día, en el fondo, nos ayude a sobrevivir. 
     Para todo lo demás, bienvenidos sean los 30, maldita sea.

miércoles, 17 de abril de 2013

LOS VIDEOCLUBS

     Hay que ver cómo han cambiado los videoclubs. Bueno, algunos no han cambiado, directamente han desaparecido. Otros han mutado en una tienda de chinos de todo a 1 €. Y de los pocos que quedan, ya no sabes si estás en un videoclub o en una tienda de bolsos de imitación. El otro día entré en el videoclub del barrio, así por curiosidad, y le pregunté a la dependiente “perdone,  ¿qué tienen películas?”. “Sí, claro, allí en el estante del fondo”, me respondió. Y yo “¿seguro? Es que no las veo”. Y era cierto, aún quedaba una estantería con películas. Eran todas las de Crepúsculo, pero sí, quedaban películas. También estaba Follador y Caballero, pero ese ya es otro tema… ejem, sí, bueno, fue el título que me llamó mucho la atención. Además, mi amigo Rafa ya me había hablado de ella en alguna ocasión.  
Para mí, el hecho de ir a alquilar una peli tenía un encanto especial. ¿Os acordáis de aquellas tardes interminables en el video club de la esquina, tratando de decidir con tu pareja qué cinta llevarte a casa? Es una lástima, porque eso se está perdiendo. “Yo por mí vería la de Almodóvar”, te decía tu novia, “pero elige la que tú quieras ¿eh?”. Y veías la de Almodóvar sin chistar, por supuesto. Aún me acuerdo de la última vez que alquilé una peli en el videoclub. Fue hace años, y lo recuerdo bien porque ese mismo día, casualidades de la vida, lo acababa de dejar con mi novia de entonces. Tranquilos. No fue nada importante. Una tontería de dos años. Y yo me dije, qué coño, vamos a celebrarlo: hoy me alquilo la que a mí me da la gana.
No, ahora en serio, aquella noche, la noche de la ruptura, una amiga me dijo que un buen remedio para evadir mis penas amorosas era el cine. “Ponte una buena peli. Ya verás, te hará sentir bien, te hará reflexionar”. Y le hice caso. Cogí y me bajé al videoclub a alquilar una peli. Mi amiga, la pobre, lo dijo con toda la buena intención del mundo, pero estaba equivocada.
Ni puto caso. Lo último que necesitas en esos momentos es reflexionar –me dice mi amigo Rafa, que ahí donde lo veis, sabe mucho de relaciones.
Te doy la razón.
Y lo único que pensarás es que el cabroncete del prota se está cepillando a Scarlett Johansson, mientras tú estás de nuevo y oficialmente a pan y agua.  
Hay que tener cuidado. Una mala película en un momento delicado puede deprimirte más de lo que imaginas. Por tanto, si atraviesas una situación similar, mi consejo es que vayas a pasear, a correr, a bailar, a nadar, a los clubs, al Caminás… pero no te recomiendo que veas una película. No te lo recomiendo porque en esos momentos de inestabilidad emocional, alquilar una peli es como empezar a salir con alguien: necesitas saber de qué va, necesitas leerte la sinopsis antes de volverla a cagar, y luego pensar “no, otra romántica-coñazo ni de coña… ya he tenido bastante”. En momentos así, las películas deberían ser todo lo contrario: un polvo rápido y sin sentimientos. Por eso tienes que elegir bien lo que ves y tener en cuenta tu nuevo estado anímico. Deja pasar un tiempo prudencial antes de volver a ver cine. Descarta los pastelones, eso es para quinceañeras enamoradas. Comienza una nueva dieta rigurosa pero efectiva. Empieza con el western, con pelis de tipos rudos, tipos duros, deja que Clint Eastwood sea tu héroe (¿acaso no lo es?), sigue con las de mafia, déjate apadrinar por Corleone, prueba con las de acción y no le hagas ascos a las pelis de artes marciales. Bruce Lee es dios y Chuck Norris es su único profeta. Arrodíllate ante Charles Bronson. Cuanta más testosterona mejor. Es lo que necesitas.
Poco a poco recuperarás tu masculinidad herida, cambiarás las palomitas por cerveza y tendrás el valor para entrar de nuevo en el videoclub y enfrentarte a tus miedos. Al menos es lo que hizo Rafa. Me cuenta que una vez, tras salir de una relación tormentosa, se propuso algo que nunca antes había hecho: entrar en la sala de películas X del videoclub, sonreírle a la dependiente mientras le cobraba el alquiler de Follador y Caballero e invitarla al cine esa misma noche.  
Por cierto, ella le dijo que no.



miércoles, 3 de abril de 2013

INCORREGIBLES


Pues sí, el pasado jueves 28 asistí por primera vez a la presentación de un libro en el que he estado involucrado directamente. Para ser exactos, acudí a la presentación de “Incorregibles”, un libro de relatos que tiene la suerte (o la desgracia) de contar con dos relatos míos entre sus páginas. El libro nació gracias al Taller de Escritura Creativa de la Universitat Jaume I, que lleva funcionando desde hace ocho años y ha editado ya varios títulos (entre ellos “Los Relatores” y “Los Intachables”), recopilaciones que contienen los mejores relatos de sus integrantes. Este 2013, mi primero en el taller, le ha tocado el turno a “Incorregibles”. En la presentación, además de los autores y la editora (Amelia Díaz, de Urania ediciones) estuvieron presentes escritores de la talla de Joan Pla, famoso por su célebre novela Mor una vida, es trenca un amor. También asistieron Pasqual Mas y Rosario Raro, mis profes, los cabecillas de esta aventura y grandes escritores.
     Y mola. Tras escuchar a los maestros de ceremonias comienza una tanda de lectura de relatos. Unos hacen reír, unos hacen pensar, otros sorprenden. Ninguno deja indiferente. Salgo ahí, leo mi relato y la gente me aplaude y todo. Es una sensación nueva. Agradable. De pronto, soy consciente de que esa píldora de imaginación, sentimientos y memoria que creé hace meses  ha tenido en el público un efecto positivo, sin reacciones adversas. Entonces, soy consciente en primera persona de lo que supone el acto literario en sí. Y lo mejor de todo, soy consciente de que Joan Pla publicó una novela breve titulada El Segrest hace veinte años, novela que narraba las aventuras de una pandilla de adolescentes que veraneaba en Peñíscola, novela que yo leí en el colegio cuando tenía 12 años y novela que (ironías de la vida) ha influido lo suyo en el relato que acabo de leer. Luego voy a Joan Pla y se lo digo. Y de paso me firma su relato, porque resulta que él también es uno de los autores de “Incorregibles”. Por cierto, el relato que leí se titula VERANO DEL 97, al igual que mi próxima novela, que tratará sobre una pandilla de adolescentes que veranea en Benicasim. Y eso es todo. Conclusión: las presentaciones de libros están bien. Y si hubiera cerveza ya sería la bomba, tú.


De izquierda a derecha: Rosario Raro, Joan Pla y Pasqual Mas

Leyendo mi relato



viernes, 1 de marzo de 2013

¿QUÉ ES LA MAGDALENA?



Foto sacada de: "¡Viva el Viernes!"

       La gente que no es de Castellón no entiende la Magdalena. ¿Las fiestas patronales? Sí, claro. Y luego dicen que nos dedicamos a comer magdalenas durante toda la semana. Nada. Ni idea. Hay que vivir en Castellón para conocer bien lo que representan las fiestas de la Magdalena. Dejando a un lado el rollo jerárquico-social de las reinas, las damas, las madrinas, la Junta de Fiestas, las familias, las rencillas y las envidias (asuntos donde no voy a entrar, porque no me apetece, más que nada) lo cierto es que estas fiestas significan algo especial para todo aquel que ha crecido en esta bendita ciudad. Pero ¿por qué? ¿Cómo le explicaríais a un guiri que esto no es sólo fiesta y sangría, que es algo más? ¿Cómo le haríais entender lo que representan las fiestas de la Magdalena para que lo entendiera?
       La Magdalena es el olor a pólvora, es el estruendo de la mascletá bajo el sol de mediodía. Es la blusa, la boina y el pañuelo. Es el chato en el Mesón del Vino, es comer cacao, tramús y llonganissa seca con tus amigos de siempre. La Magdalena huele a tarde soleada de sábado, a cabalgata del Pregón, a tumulto, a petardos, carrozas, alegría y confeti. La Magdalena es la borrachera que no hace daño, la que hasta una madre ve con buenos ojos. Es el castillo de fuegos al anochecer, la verbena de la plaza, el cubata de garrafón de la colla y el cachondeo incesante. La Magdalena es el continuo desfile de gente, gente de todas las edades y condiciones, gente por todas partes, familiares, amigos, conocidos, amigos de amigos y amigos de conocidos. La Magdalena es la provincia entera concentrada en las calles de la capital, es no querer mear en la calle por vergüenza y terminar haciéndolo de todas formas. La Magdalena es no aparecer por casa, ver a tu madre como mucho media hora al día, comer un bocadillo por ahí y no saber qué cenarás, eso si al final cenas. Es acabar resopando churros (o desayunando, según se mire) a las seis de la mañana. La Magdalena es romería matutina, es motocarro engalanado, es la canya, la dolçaina y el tabalet. Es la extensa huerta de naranjos ante ti, es bocadillo de faves y bota de vino. Es el enésimo concierto de Mojinos, de Seguridad Social o de Camela. Es caerse de sueño y aún así seguir de fiesta. La Magdalena es, como se suele decir, Festa Plena. Es, en definitiva, una semana que no parece tener fin, que termina por pura inercia y que, aunque agradezcas su fin (por salud, más que nada) en el fondo la alargarías una semana más.
        Felices fiestas a todos.

viernes, 22 de febrero de 2013

Y ESE QUE TANTO HABLA

     Hoy en día, si no hablas de la crisis no eres nadie. No vales la pena. Si tienes un blog de opinión pero no expones tus teorías acerca de cómo salir de la crisis, parece que estés haciendo el idiota. ¿Relatos? ¿Novelas? ¿Reflexiones que no son de economía? ¿A quién demonios le importa eso? 
     Y es que la crisis sigue siendo el tema estrella. Yo ya no sé de qué hablaremos cuando salgamos de ella. Desde hace varios años, en este país todo el mundo es experto en economía. En las tertulias ya no se habla de otra cosa. Y me refiero a las tertulias más o menos serias, no al cachondeo de cuando vas de cañas (que ahí se sigue hablando de CR7 y de las tetas de Anna Simón). Debido a la nueva coyuntura económica (que ya no tiene nada de nueva, porque vamos para cinco años, y sumando) ha surgido en nuestro entorno social un nuevo y odioso personaje: el listillo que se las sabe todas para salir de la crisis. Piensa un poco, seguro que tú también conoces a alguno. Estoy hablando de ese ejecutivo emprendedor, ese que aprovecha cualquier ocasión para comerte la oreja con los últimos datos del paro, ese que lleva una aplicación en el móvil para seguir de cerca la prima de riesgo. Ese que tanto habla, y que se llena la boca con todos los pormenores de la economía mundial, que él conoce a la perfección (y tú no). Ese jefe que domina al dedillo los entresijos y las tendencias actuales del mercado. Que dan ganas de decirle “oiga, si sabe usted tanto por qué no llama a Rajoy y se lo cuenta, que a lo mejor eso no se le ha ocurrido a él”. A este espécimen que esbozo, ahí donde lo veis, con su elegante traje, su Smartphone de 400 pavos y su pinta de neo yuppie, le importa un rábano la crisis. “Es que vivías por encima de tus posibilidades”, te regaña. Y es el mismo pedante que en 2003 te decía que pidieras el préstamo para comprarte el Audi. La situación económica de este personaje no ha cambiado desde entonces. Su discurso sí. Es lo que él entiende por “adaptarse a los nuevos tiempos”.
          
 

viernes, 8 de febrero de 2013

LA NOCHE DEL TIGRE (RELATO)

Basado en los hechos que tuvieron lugar (o no) durante la noche del 4 de febrero de 2013, en Castellón.  


Carlitos tenía seis años y nunca había ido al circo. Aquella noche de principios de febrero era su primera vez. Acompañado de su abuela Pepa, se introdujo en la carpa y soñó despierto con los payasos y los trapecistas, como cualquier niño de su edad. El espectáculo de las fieras fue sin duda el que más le impactó. Aquel domador fustigaba a las bestias con su látigo sin temor alguno. El público aplaudía boquiabierto y entusiasmado su actuación. Carlitos no salía de su asombro, cuando de pronto, un detalle llamó poderosamente su atención.
—Yaya, ¿esa puerta no está mal cerrada? –preguntó, zarandeando a su abuela.
La pobre Pepa tenía los ojos medio cerrados. Había tenido un día agotador y encima le había tocado llevar a Carlitos al circo.
—¿Qué puerta?
—La de la jaula, ¿lo ves? –dijo Carlitos, señalando hacia la pista.
Pepa se frotó los ojos, miró a su alrededor y vio a la gente disfrutando de la magia del circo.
—No hombre no, qué va a estar mal cerrada. Esa puerta se cierra así.
—Que no, que está mal cerrada –dijo Carlitos, impertinente, con su voz de pito.
—Anda Carlitos, calla y mira el circo. Mira los tigres como rugen. 
Y entonces estalló el griterío. Una de las fieras se abalanzó con todas sus fuerzas contra la jaula y abrió la puerta. El público enloqueció, las sillas volaron por los aires y la carpa del circo se tambaleó debido a la avalancha de personas que huían despavoridas buscando la salida. El domador corrió a cerrar la jaula para evitar que las otras fieras escaparan, pero no pudo evitar que un tigre macho, el más veterano de todos, saltase al patio de butacas y accediese al exterior de la carpa. Carlitos, sentado aún en la silla, pensó que su abuela tenía razón en lo que le había dicho: el circo era el mayor espectáculo del mundo. 

*   *   *

Pablo ya casi no tenía ni para comer. Llevaba cinco años en el paro desde que su pequeña empresa de muebles había quebrado. Como no tenía ahorros no podía marcharse al extranjero a buscar trabajo, así que a sus cuarenta y tres años, estaba condenado a malvivir en las calles de su Castellón natal. Aquella noche sólo le quedaban diez euros en la cartera, y decidió invertirlos al máximo en la última compra que se podía permitir. Salió del Carrefour con lo justo para sobrevivir: productos de las marcas más baratas y con la mayor cantidad de alimento.
Cristian aún estaba peor que Pablo. Él sí que no tenía nada que llevarse a la boca aquella noche. Cuando se dejó los estudios a los dieciséis años para trabajar en la obra, nunca pensó que acabaría en la miseria. Aquellos fueron tiempos de bonanza económica. Cristian, conocido en el barrio como “el Meko”, cobraba un sueldazo que le permitió comprarse un BMW, una moto y fumar marihuana siempre que quisiera. De aquello hacía ya diez años. Desde entonces nunca había pasado un momento tan complicado. Había tenido que vender el coche y la moto para poder subsistir, y eso fue antes de que a su madre le embargaran el piso. Lo único que le quedaba era la afilada navaja en la mano, oculta en el bolsillo del chándal. En las cercanías del parking de Carrefour, agazapado en la oscuridad, “el Meko” acechaba a su próxima presa.        
—Tú. Dame la pasta.
Pablo sintió algo punzante en el cuello y se quedó paralizado.
—¡No, no tengo nada! –gritó asustado.    
—Shhhh… no grites cabrón. Dame la pasta o te rajo.
Pablo se preguntó para sus adentros qué habría hecho para ser tan desgraciado.
—Rájame si quieres, pero esto es todo lo que me queda.
De pronto, un rugido estremecedor les heló la sangre. Lo último que vio “el Meko” fue que algo se le abalanzaba encima. Algo peludo de largos dientes y afiladas garras. Pablo, por su parte, dejó de sentir la presión de la navaja en el cuello y se quedó allí de pie, extrañado, con las bolsas de la compra en la mano. Entonces comenzó a oír un griterío a su alrededor. Las personas huían aterrorizadas del parking de Carrefour. Algunos corrían a refugiarse en el centro comercial, otros se metían dentro de los coches, abandonando los carros llenos. Pablo se dio la vuelta y escudriñó en la oscuridad. Tras él yacía el cuerpo de un joven, y justo a su lado, distinguió una figura de llameantes ojos que le observaba atentamente. Pablo escuchó un rugido frente a él y luego vio una sombra huyendo entre los coches del parking. Estaba casi seguro de haberle olido el aliento a un tigre, pero no se atrevía a creerlo. 

*   *   *

—¡Nena, ponme un Big Mac!
—¿Algo más?
—Y una cervecita.
—¿Algo más?
Julián Santos frunció el ceño y sonrió con picardía.
—Hombre, si me quieres hacer una mamada…
—Aquí no hacemos de eso, señor.
—Pues es una lástima, porque tienes unos morritos muy apetecibles.
—Si no se calla llamaré al jefe –respondió Alexia, sin inmutarse.
—No mujer, al jefe no. Que será un tío mu feo.  

Julián Santos se embuchó la hamburguesa en la mesa del McDonald’s y eructó con todas sus fuerzas. La gente de su alrededor volvió la mirada en su dirección con asco, momento que él aprovechó para saludarles con la mano. “Buen provecho”, les dijo. Luego se levantó al lavabo a orinar, y mientras vaciaba la vejiga se tiró un cuesco que retumbó con fuerza en las paredes. Julián Santos rompió a reír y se sintió orgulloso de haber provocado aquel estruendo con sus tripas. También escuchó gritos procedentes de la sala, y pensó que los había causado él con su ventosidad, lo cual le provocó más risa todavía. Luego se miró en el espejo, se arregló el pelo intentando disimular la calvicie, se frotó la barriga, se colocó bien el cuello de la camisa y se sacó por fuera la cadena de oro con la cruz de Caravaca. Cuando estuvo listo regresó al interior del McDonald’s y lo encontró completamente desierto.
—Coño, ¿dónde estáis? ¿Qué jugamos al escondite o qué?  
Parecía que hubiera pasado un huracán. Julián Santos miró en todas direcciones y no vio a nadie, ni siquiera en el mostrador donde había pedido la hamburguesa. Se encogió de hombros, y sin pensarlo dos veces se acercó silbando a una mesa vacía, cogió una cartera y salió del establecimiento con las manos en los bolsillos. Alexia, acurrucada en la cocina junto al resto de los clientes, vio salir a Julián Santos por la ventana trasera. El hombre caminaba tranquilo, silbando una canción de Los Chichos. No sabía qué le había sorprendido más, si la actitud de aquel señor repugnante, o el tigre que se había colado dos minutos antes por la terraza del burguer. Julián Santos puso rumbo al Caminás, dispuesto a gastarse el dinero en prostitutas, sin percatarse de la sombra felina que le perseguía por detrás.

*   *   *

Carlitos y su abuela regresaban a casa con el susto aún en el cuerpo. La pobre Pepa casi no podía caminar del soponcio. Carlitos, en cambio, estaba muy emocionado.
—Qué guay es el circo, abuela.
—Calla niño, y date aire, que quiero llegar a casa.  
—Pero si yo ando más deprisa que tú.
Pepa no tenía teléfono móvil porque no sabía utilizar aquellos aparatos tan extraños. Ella era de otra época. Y Carlitos era demasiado pequeño para tener móvil. Con lo cual, ninguno de ellos había podido llamar a su familia para pedir ayuda. Cuando llegaron por fin a la plaza Cardona Vives, Pepa sacó la llave del bolso y se dispuso a abrir el portal de su casa. 
—¡Mira yaya! ¡El tigre!
—No digas tonterías, niño –dijo Pepa mientras le daba la vuelta a la cerradura.
—Qué majo es.
La abuela empujó la puerta con la mano y le hizo un gesto a Carlitos para que entrara dentro. Pero Carlitos no le hacía ni caso. Pepa alzó la vista y vio a su nieto abrazado a un enorme tigre de bengala. El animal estaba sentado sobre las patas traseras, en pose majestuosa, mientras Carlitos le acariciaba la frente.
—¿Nos lo podemos llevar a casa, yaya?
—Entra en casa inmediatamente –le dijo su abuela, pálida.
El tigre la miraba con expresión seria, como si oliese su miedo.
—¿Nos lo llevamos?
—No, entra en casa ahora o te juro por dios que te castigaré hasta Nochebuena.
—Jo.
Carlitos, decepcionado, se despidió de su amigo el tigre y entró en el portal. Pepa cerró la puerta a cal y canto. El tigre se quedó allí sentado, observando curioso los movimientos de aquellos dos seres humanos. Luego bostezó mostrando su boca de dientes afilados. La abuela Pepa entró en casa gritando, contándole a su hija y a su yerno lo que había sucedido. Carlitos por su parte fue corriendo a la nevera, cogió un trozo de pollo que había sobrado de la comida, se asomó al balcón y se lo lanzó a su nuevo e inesperado amigo. El tigre se puso en pie y lo olisqueó. Luego lo engulló, rugió y se perdió por las calles de Castellón.

lunes, 28 de enero de 2013

ADIÓS PARA SIEMPRE A LA GRAMOLA

Cualquier persona que pase por la calle Enseñanza a la altura del nº 7 verá un solar lleno de escombros. Si esa persona tiene más de 20 años y es amante del rock, probablemente verá algo más que un simple solar lleno de escombros. Y si resulta que además pasó su adolescencia en Castellón de la Plana, posiblemente sienta una ligera morriña correteando en su interior. Así es, el edificio que albergaba La Gramola, el mítico local de punk rock de Castellón, fue derruido a finales del pasado 2012, tras más de 40 años a la cabeza del ocio nocturno en pleno centro de la ciudad. La Gramola abrió por última vez la noche del 25 de febrero del año 2006, y aunque reabrió poco después con diferentes nombres, su sentencia de muerte había sido firmada. El local perdió su clientela habitual y nunca recuperó su antigua fama, hasta caer poco a poco en un estado de semiabandono en los últimos años.  

 
     El primer fin de semana tras su demolición, eran muchos los curiosos (entre los cuales me incluyo) que husmeaban por encima de la valla y sacaban fotos del lugar emocionados. “No me lo puedo creer, pasé toda mi adolescencia aquí”, decía una chica. Entre los comentarios que llegué a escuchar, los hay que afirmaban que allí habían pasado la mejor época de su juventud. Lo cierto es que, sentimentalismos aparte, La Gramola dejó tras de sí un ambiente irrepetible, y sobre todo, noches interminables de rock, calimocho, cerveza, sudor, y sobre todo, buen rollo. Porque eso es lo que caracterizaba a los gramoleros, el buen rollo y las ganas de pasarlo bien, más allá de politiqueos y discusiones ideológicas varias, que haberlas las había, pero no eran la regla. Cualquier persona que pasó por La Gramola sabe que allí la música era la verdadera protagonista: Rosendo, Barricada, Extremoduro, Reincidentes, La Polla Records, Def con Dos, Soziedad Alkoholika, Los Suaves, Hamlet, O’funk’illo, Boikot, Mägo de Oz, Barón Rojo, Siniestro Total…, toda la artillería pesada del rock patrio retumbaba en las paredes mientras Guillermo y Vicente, incombustibles tras la barra, servían litros y más litros de calimocho y cerveza para disfrute de la chavalería.
     

"Guillermo, ponte un litro y una de Extremo"
     
La Gramola abrió el camino a otros muchos locales con la misma filosofía: el Virusel Distriz, el Boskeel Bar Varosel Duende, el Nazgul, el Forat, el 411, etc., la mayoría de los cuales fueron cerrando con el paso del tiempo, debido en parte al endurecimiento policial y al auge de la famosa zona ZAS, que hizo estragos en la capital de La Plana durante la primera década del siglo XXI. Es por eso que la demolición de La Gramola puede interpretarse como un símbolo de que la escena rockera de la ciudad (con permiso de los metaleros Pub Manowar y Barri Gotic) ha muerto definitivamente. De hecho, la última canción que sonó en la noche de su cierre fue Hay Poco Rock’n’Roll, de Platero y Tú. Toda una premonición, teniendo en cuenta que Fito Cabrales canta aquello de: vas a cerrar el bar, ¡no jodas! Yo quiero rock’n’roll ¿adónde voy ahora? 

Aspecto que presentaba el local antes de ser derruido

Al fondo aún se distingue el rincón "del apalanque" en forma de nicho


ACTUALIZACIÓN a Noviembre de 2014: ya no existe ningún solar lleno de escombros. En su lugar se levanta un pequeño bloque de aspecto señorial. Sería interesante investigar si los nuevos vecinos, a altas horas de la madrugada, perciben el sonido ahogado del rock and roll retumbando por las paredes.   

lunes, 14 de enero de 2013

¿POR QUÉ LAS MUJERES LLEVAN TACONES?





El otro día fui a la estación para coger un tren. Mientras esperaba en el andén, me llamó la atención una rubia que se apeó de un Euromed. La chica caminaba decidida arrastrando su maleta roja. Vestía una blusa glamurosa, unos vaqueros muy ceñidos, unos zapatos de tacón de aguja y unas enormes gafas de sol que le cubrían el rostro. Lo primero que pensé es que se trataba de alguna famosa, actriz, cantante, presentadora o modelo. Una Anna Simón cualquiera. Parecía que fueran a aparecer los paparazzis de ‘Sálvame’ en cualquier momento. Pero lo que más me sorprendió fue el ruido exagerado de sus tacones, que retumbaban por todo el interior de la estación, provocando un eco metálico. Este detalle me hizo reflexionar, y me sobrevino una duda existencial: ¿para qué sirven realmente los tacones? Sí amigos, hasta los detalles más livianos merecen reflexiones profundas.   
Cuando llegué a casa investigué un poco por internet. Según Desmond Morris, autor de El mono desnudo, las mujeres con las piernas más largas simbolizan la madurez sexual, por lo que unos tacones largos (que provocan el efecto de unas piernas más largas) vienen a describir a una mujer sexualmente disponible. La teoría es interesante y tiene su lógica, aunque dudo que Desmond Morris se calzara tacones alguna vez. Mi novia me ha confesado que los tacones altos son una tortura china, algo insoportable. Ella no suele llevar tacones salvo en bodas y por compromiso (chica lista) por tanto no me puede ayudar mucho en mis investigaciones, así que le pregunto a una amiga que se calza tacones casi a diario.
—Las mujeres nos ponemos tacones para realzar nuestra belleza –me responde.
—¿Para realzarla? Quieres decir para parecer más alta ¿no? 
Pero no. Ahora resulta que la altura no tiene nada que ver.
—Bueno, es verdad que si una chica es bajita llevar tacones ayuda, pero no creo que esa sea la razón principal. Los tacones dan un aire más femenino y sexy.     
Por lo visto, eso de que la mujer se calza tacones para parecer más alta es un eufemismo. La respuesta de mi amiga me dejó un tanto intrigado: “femenino”, “sexy”, son palabras que no me aclaran nada. Esa misma noche, le expongo el tema a mi amigo Rafa, un gran librepensador, y entre caña y caña, me explica su curiosa teoría:
—No te creas nada. Se los ponen para pisar fuerte. Para que suenen bien, y cuanto más mejor.
—¿Tú crees?
—Sí. En realidad tiene mucho que ver con la teoría evolutiva: es una manera de reafirmarse ante el mundo, una forma muy sonora de destacar entre la multitud que la rodea, lanzando al vuelo un mensaje subliminal: “miradme, machos alfa, aquí estoy”.
—Ya. Digamos que para ti los tacones sirven para que una mujer se desmarque del rebaño. Para que todos los hombres se fijen en ella.
—Exacto –contesta tajante.
—¿Y qué pasa si se fijan en ella pero luego no les resulta atractiva? Quiero decir, los tacones pueden llamar mucho la atención, pero no hacen milagros. Hablando claro: ¿también usan tacones las feas?
—Por supuesto. Si una chica no es muy agraciada, razón de más para usarlos, porque sus tacones causarán respeto y admiración, y también placer a algún que otro depravadillo. De todas formas, dudo que la chica que viste en la estación fuera fea. ¿Me equivoco?
—No. Al contrario. Parecía muy guapa.
—Claro, es que esa tía está buena y lo sabe dice Rafa, bebiendo de su caña esas son las peores.
Me hace reflexionar de nuevo. Hay algo en su argumentación que no me cuadra.
—Pero entonces, si es tan guapa y lo sabe ¿qué necesidad tiene de ponerse tacones y mandar ese mensaje subliminal de “miradme, machos alfa, aquí estoy”?
Rafa enmudece y mira fijamente al techo, pensativo. Luego suelta una carcajada.
       —Es que el caso de esa muchacha no era un “miradme, machos alfa”, era más bien un “miradme perdedores, machacárosla con mi recuerdo porque no estoy a vuestro alcance”.