Dicen que para un escritor novato, lo lógico es que le lean primero sus familiares y sus amigos, y luego, a partir de ahí, ir creciendo y darse a conocer a nuevos lectores. Yo no lo creo así. De hecho, para mí es justo al contrario. Es mucho mejor ser leído primero por desconocidos. ¿Por qué? Porque ellos son los únicos que te darán una opinión sincera de tu novela. Son los únicos que la leerán sin prejuicios. Los únicos que no se buscarán entre las páginas. Los únicos que se la leerán si de verdad les interesa, y no por obligación. Pero ¿y tus familiares? ¿Y tu círculo de amistades? ¿Y tus ex novias? ¡Uf! Ahí hay algo que no huele bien. Conozco a muchos autores que escriben en secreto precisamente porque les da vergüenza mostrar sus historias a los más allegados. Y yo comprendo perfectamente sus razones. A mí, en concreto, cada vez que termino una novela, los familiares y los amigos me preguntan lo mismo: “¿el protagonista eres tú? Es que me recuerda mucho a ti”. Ya os adelanto que es imposible escapar al San Benito. El escritor está condenado a ser confundido con el personaje de su novela. Así que si eres muy aprensivo, ten cuidado con lo que escribes.
LA VERDADERA LECTURA QUE HARÁN DE TU NOVELA
LA VERDADERA LECTURA QUE HARÁN DE TU NOVELA
Si por
casualidad la historia guarda algún tipo de paralelismo con tu vida real (por
ejemplo, si el protagonista tiene padres, amigos, novia) ya la has liado. Serás
tomado por un exhibicionista de tu vida privada. Da igual que ese personaje sea un alienígena venido del futuro para exterminar a la humanidad. Si
ese protagonista, por poner un ejemplo, es impotente, la gente de tu entorno pensará (pero sin dudarlo ni un
segundo) que tienes problemas en la cama. Si ese personaje tiene una novia, leerán
tu libro como si ese personaje fuera tu novia de la vida real (o cualquiera que
hayas tenido en el pasado, en caso de que ahora no la tengas). Si en tu novela salen
malparados unos padres o unos suegros, atente a las consecuencias (cuidado con
la herencia, chico). Si creas un personaje homosexual en tu historia, significa
que encierras una homosexualidad latente que no te atreves a confesar. Si la
cosa va de un personaje que da pena, tú también la darás. Si el prota es un
ladrón, es que algo has robado alguna vez. Si relatas la historia de una
infidelidad, es que algo malo le has hecho a tu chica. Si te vienes arriba y creas
un personaje que es el puto amo, te acusarán de vanidoso. Si la protagonista de
tu historia es una mujer (y tu eres un tío, o viceversa), estás dando rienda suelta a cierto travestismo mental que quizás delate otro travestismo físico. Y si creas a un
personaje con un miembro viril de 30 centímetros… significa que has metido a
Nacho Vidal en tu novela.
Llegado el caso, tú te defenderás con la frase
comodín del escritor: “no, no, es que el protagonista de la novela no soy yo”.
Entonces, el familiar o el amigo de turno esbozará una sonrisa y guardará
silencio. Lo que no te dirá es lo que está pensando:
“¡NO POLLAS!”
La forma de
pensar de tu querido lector amigo/familiar es simple: "lo que leo ahí es tu vida, y punto. La puedes haber disfrazado más o menos, pero a mí no me engañas".
LA ETERNA
CONFUSIÓN ENTRE AUTOR Y NARRADOR
Me atrevería
a decir, sin temor a equivocarme, que el 99 % de los escritores del mundo han
sido confundidos con el protagonista de su novela. Pero es que nos gusta pensar
así, admitámoslo, porque somos morbosos. Stieg Larsson, el autor de la saga Millenium, era un periodista sueco al
igual que su personaje Mikael Blomkvist. Seguro que cuando su padre leyó Millenium pensó que algo guarro habría
hecho su hijo con una punky. El Dr.
Watson, que narraba en primera persona las aventuras de su amigo Sherlock
Holmes, era médico, igual que Sir Arthur Conan Doyle. Pues ya está. Más claro
el agua: Conan Doyle fantaseaba con ser detective y se puso como el ayudante de
Holmes. Quizás se aburría mucho el hombre. Dicen que Mario Puzo, el autor de
‘El Padrino’, tenía contactos con la mafia italiana de Nueva York, incluso que
perteneció a ella. Para mí que fueron sus colegas los que se encargaron de
esparcir el rumor por el barrio. Bret Easton Ellis debió de horrorizar a sus familiares
y tuvo que quedarse directamente sin amigos cuando narró las aventuras de
Patrick Bateman, el carnicero misógino de American
Psycho. ¿A quien quería engañar? Ese lunático se quería cargar a todo el
mundo, y como no se atrevía a hacerlo en la vida real lo escribió con todo lujo
de detalles. Maldito loco. Y bueno, qué decir de E.L. James, la autora de ‘50
sombras de Grey’. Da igual que tenga dos hijos adolescentes y un marido desde
hace 20 años: a esa chiflada habría que encerrarla. En fin, y así seguiríamos
hasta mañana. Sólo falta que alguien venga diciendo que Superman lo inventó un tío muy fuerte que le gustaba ayudar a los
demás.
Al final,
escribir puede llegar a dar bastante asco por motivos de este tipo. Quizás por
eso sólo escriben los que realmente sienten vocación y necesidad. Tú, como
autor, te has sumergido en un proceso creativo queriendo sacar la mejor versión
de una historia, y da rabia que luego vengan a socavarte la moral los que se
supone que más deberían apoyarte. Porque, seamos sinceros de una vez: los
familiares y los amigos no son la clave del éxito para un escritor. Son importantes, no hay duda, y hasta pueden
sacarte las castañas del fuego comprando 100 ejemplares el día de la
presentación de tu libro, pero por lo demás, suponen una barrera psicológica
que debes romper para seguir adelante. Si uno logra traspasarla, probablemente habrá
triunfado como escritor. A mí, a estas alturas, me importa un bledo lo que
piensen de mis novelas los que me conocen. Yo seguiré escribiendo, y ninguna de
sus opiniones me detendrá. Lo que tengo muy claro es que yo no escribo para
contentar a mi madre, ni a mis amigos, ni a mis seres queridos. Para eso ya
está Jorge Bucay.
Para
acabar, una reflexión: ¿cuál es la única vez que tus amigos no te tomarán por
el protagonista de tu historia?
—He acabado un nuevo relato –le digo a mi amigo
Rafa–, ya te lo pasaré.
—No me digas –me contesta él, haciéndome saber con
su escéptico tono de voz que mi actividad literaria se la trae floja.
—Sí. Es un poco subidito de tono ¿sabes? Quiero
aprovechar el filón de ‘50 sombras de Grey’.
—¿Y de qué va?
—De un tío que se lo monta con cinco tías a la
vez.
Rafa sonríe sarcásticamente.
—Colega,
¡eres un fantasma!