Mediados de diciembre, fin de
semana. Al caer la noche, las calles de la ciudad se llenan de “caminantes” con
destino a las tascas. No hay duda, las cenas de empresa han
llegado y hoy, te guste o no, te toca
salir de farra con los compañeros de trabajo. Durante estos días nos
encontramos
con situaciones realmente increíbles. Por ejemplo, será el único día del
año en
que verás a unos señores (a unos señores de pelo blanco, para ser
exactos) haciendo
el ridículo en la pista de la discoteca. Unos señores que por mucho que
se
empeñen ya no toleran el alcohol como antaño, se emborrachan como críos, ligan
descaradamente
con las compañeras de trabajo y le gastan bromas al jefe (esa palmadita
en la
mejilla “qué pasa cabroncete”) bromas de las que el lunes se pueden
llegar a arrepentir. Esto puede parecer una mera sucesión de tópicos, pero lo cierto es que estas cosas ocurren de
verdad.
Dale caña Germán, que hoy cae la secretaria |
Si hay algo peor que un
adolescente fanfarrón que quiere ir de adulto, es un adulto fanfarrón que quiere
ir de adolescente. Y de esto último están llenas las cenas de empresa. Está claro que
todo el mundo tiene derecho a divertirse y a hacer el cabra, aunque sólo sea
una vez al año, pero hay comportamientos que resultan, como mínimo, reprochables.
Muchos de estos señores llevan tanto tiempo sin salir que piensan quemar las
naves en una sola noche, y eso puede desencadenar algún que otro conflicto generacional. El clímax del asunto llega de madrugada, en la discoteca,
cuando el pureta de turno se desmarca de su
grupo y se dedica a acosar a las veinteañeras (que podrían ser sus hijas) para demostrarse a sí mismo y a los demás que, pese al paso de los
años, su virilidad sigue intacta. Qué queréis que os diga, a mí esa actitud sí
que me da grimilla.
Hay personas que saben salir de
fiesta a los cuarenta, a los cincuenta y a los sesenta si hace falta. Sólo se
necesita un poquito de dignidad y de “espíritu joven”. Y de regularidad también
(lo que no se puede es salir una vez al año y pretender ser el puto amo como
antes, y encima, exigir que toda aquella persona con veinte años menos se
arrodille ante ti). En el fondo, lo que les cuesta aceptar a estos señores no es
la edad, que es muy relativa, es el hecho de que hace mucho tiempo que dejaron
de ser los reyes del mambo, que sus mujeres les cortaron las alas hace siglos y
que la época de vacilarle a las jovencitas ya pasó. Ahora quizás sean los
putos amos del almuerzo y el carajillo, pero desde luego como tiburones de discoteca
dan vergüenza ajena.
¿Has visto a algún caminante? |
—Venir a las tascas hoy es como estar en un capítulo de The Walking Dead —me dice mi amigo Rafa, mientras nos tomamos una birra, inmersos entre la multitud de las cenas de empresa, casi aplastados, en una esquina de las tascas.
—Ves demasiado la tele, tío.
Rafa sonríe sarcásticamente.
—No, es verdad. Cuando estoy en una aglomeración me entra el complejo de Rick Grimes.
—Ves demasiado la tele, tío.
Rafa sonríe sarcásticamente.
—No, es verdad. Cuando estoy en una aglomeración me entra el complejo de Rick Grimes.