viernes, 17 de julio de 2015

EL REPARTIDOR (Crónicas Urbanas)

Esta es la portada de mi nueva novela, que he estrenado este mes de julio en el concurso que organiza Amazon. De momento está teniendo buena acogida. ¿A qué esperas para leerla?


SINOPSIS: Mike, un joven misántropo y adicto al sexo, trabaja repartiendo periódicos gratuitos en las inmediaciones de la estación. Allí, mientras ve llegar los trenes, convive con la fauna urbana de los bajos fondos, formada por personajes excéntricos, y en ocasiones peligrosos, con los que debe lidiar a diario. El de repartidor no es su trabajo soñado, ni mucho menos. Es un 'minijob' precario y mal remunerado, pero la crisis no le ofrece otra alternativa. Sin ninguna perspectiva de futuro, Mike tiene que recurrir al trapicheo de hachís para llegar a fin de mes. Además de salir por la noche a emborracharse, su única ilusión en la vida es hablar con la bella Laura, una joven a la que le da el periódico cada mañana y por la que se siente fuertemente atraído. Por desgracia para él, sus conversaciones nunca se alargan más de un minuto. Decidido a conocerla mejor, Mike utiliza las redes sociales para crearse un perfil falso y acercarse a ella. Él no lo sabe, pero su vida está a punto de dar un giro inesperado y peligroso.

viernes, 22 de mayo de 2015

LOS 10 MANDAMIENTOS DEL "BUEN" CASTELLONENSE

1. Tienes que criticar a los demás porque los demás también te critican a ti. Si no criticas a nadie no eres de fiar.
2. fingE llevarte bien con las personas a las que criticas. La vida da muchas vueltas. Nunca se sabe qué mano te dará de comer.
3. Tienes que pertenecer a una familia de clase acomodada, con contactos, gent de dinerets. Si no es así, busca una buena pareja y fes un bon casament (esto último sólo sirve para las mujeres).   
4. consIGUE una mujer más guapa que la del vecino (si encima la quieres mejor, pero eso no es lo importante). Tu mujer, que es más guapa que la del vecino, te dará unos hijos más guapos que los del vecino. Sácalos en el Pregón infantil. Que luzcan. 
5. Tienes que tener un trabajo para ganar más dinero que el vecino. No para ser feliz. No seas tonto: he dicho para ganar más dinero que él. Si ganas menos, debes mentir para aparentar.
6. Tienes que tener un coche más grande que el del vecino. Tienes que comprarte un Smartphone más grande que el del vecino. (Aclaración: el tamaño de tu pene importa, pero no tanto, porque eso no se ve, y las tetas siempre estás a tiempo de operártelas).
7. VOTA al partido mayoritario. La ideología no importa. Hay que estar con los que ganan.     
8. Tienes que competir. La vida es competir. En todo. Y competirás, te guste o no te guste. La única diferencia es que si no compites quedarás el último. 
9. Tienes que SUPERAR al  vecino para que él no te supere a ti.
10. Tienes que APLASTAR al vecino antes de que él te aplaste a ti. 

    Esta, amigos, es la mentalidad que hemos desarrollado generación tras generación. Nos han enseñado a construir nuestra autoestima en base a estas estúpidas creencias. Envidias, celos, rencores, peleas y rivalidades. Y ya no me refiero únicamente a Castellón. Así funciona el mundo. Así funciona España, que es la quintaesencia de lo que acabo de exponer. La crisis económica actual únicamente agudiza nuestra miseria moral. Un eterno círculo vicioso del que, a este paso, no saldremos nunca. ¿Solidaridad? Y una leche. Aquí vale todo para llegar el primero, y el último "maricón". Los políticos son el primer ejemplo de ello. 
          Y ahora id y votadles.

Ilustración: El Roto


miércoles, 4 de febrero de 2015

SÁLVAME, PABLO IGLESIAS

“Si Belén Esteban se montara un partido político, ganaría las elecciones”. Esta frase, que tantas veces hemos oído en los últimos tiempos, va camino de convertirse en realidad. Sólo hay que echar un vistazo al panorama político del país. Desde hace muchos años, la Esteban es una colaboradora habitual de Sálvame, y debido a sus apariciones se ha ganado el apoyo de miles de seguidores. Ella no necesitaría un programa electoral para arrasar en las urnas. Hoy en día, con salir en la tele y empatizar con el público, es suficiente. La política es lo de menos. Pues así es España, señores.
Mal que nos pese, Sálvame es uno de los programas más vistos de la televisión española. El Chiringuito de Pedrerol es el Sálvame del fútbol (y si no, desmiéntemelo), y La Sexta Noche ya se ha convertido en el Sálvame de la política. Incluso Iker Jiménez, en ocasiones, transforma su nave del misterio en el Sálvame de lo paranormal (con Enrique De Vicente vs. la ciencia). Parece que esta es la fórmula ganadora. En España ya no sabemos hacer las cosas de otra manera. El futuro es la Salvamización de los medios. Todo es farándula, polémica y ego. Todos son gritos, insultos y pataletas. Mi verdad es la que vale, y si me tocas los huevos te machaco. Cainismo y odio hasta el final. Yo soy trending topic, y tú no.  
No estoy insinuando que Pablo Iglesias sea como Belén Esteban. Son dos personas tan diferentes como el día y la noche. Pero el producto televisivo es el mismo. Si la Esteban es “la princesa” del pueblo, el coletas se ha convertido en “el salvador”. Y ambos lo han conseguido del mismo modo: discutiendo con gentuza en un plató. Al final, lo que importa no es tu programa político, sino el aguante que tengas cuando te echan encima a los leones. Si te vienes abajo, estás muerto. Si sales victorioso del combate, el pueblo te aclamará. El señor Iglesias ha salido victorioso y por eso está ahí. Lo que haga a partir de ahora, dependerá exclusivamente de su talento como político. Y ahí no habrán oratorias ni discursos que le valgan.    
Y yo me pregunto: ¿qué será lo próximo? ¿El Sálvame de los toros presentado por Jesulín? ¿El Sálvame de Historia de España dirigido por César Vidal? Puestos a pedir, a mí me gustaría el Sálvame del cine. Pero nada de programas aburridos con Cayetana Guillén Cuervo. Lo que yo pido son trapos sucios. Que sienten al director de El Niño y al de La isla Mínima y que se digan de todo. Que sienten a directores y actores famosos en un plató y que se saquen los hígados: “tú me jodiste aquella película”, “rodaste aquella escena para verme desnuda”, “te pasaste el rodaje colocado”, “le diste el papel a ella porque te la chupó”, “tu película es una mierda”. Seguramente, la taquilla del cine español funcionaría mucho mejor a partir de entonces. También me fliparía ver el Sálvame de la literatura. Aunque pensándolo bien, eso ya lo vimos en aquel mítico programa de Sánchez Dragó de finales de los ochenta. Al final va a tener razón Fernando Arrabal: el milenarismo va a llegar.   

Foto: bluper.es

jueves, 27 de noviembre de 2014

LA ISLA DE MARIO

Esta será la portada de mi novela La isla de Mario, que da el salto de Internet al papel de la mano de ACEN editorial. La portada es obra del ilustrador Joaquin Porcar (Caffeine Artwork). 


SINOPSIS: Mario, un joven dibujante de cómics, se muda a vivir a un piso con su novia Penélope, con quien planea casarse. Todo parece ir bien en su vida, pero un día, de la noche a la mañana, sucede lo inexplicable: Mario se despierta en la playa de una remota isla. Y lo que es peor, no recuerda cómo ha llegado hasta allí. Pronto descubre que tiene compañía, pues vagando por la selva se encuentra a Laura, la amiga de la infancia de su prometida Penélope. Laura, una joven valiente y atractiva, es la única persona que puede arrojar algo de luz acerca de su paradero. Por desgracia, al igual que Mario, Laura únicamente recuerda que despertó allí. A medida que pasan los días, ambos entienden que si quieren sobrevivir van a tener que permanecer juntos. Mientras exploran la isla en busca de alimento, tratarán de hallar respuesta a sus múltiples interrogantes: ¿Por qué están allí? ¿Dónde están sus seres queridos? Y lo más importante: ¿cómo escaparán?
Construida mediante flashbacks, La isla de Mario es una novela que desafía el ingenio. Un puzzle en el que encajan casi todos los ingredientes: intriga, drama, amor, humor e incluso terror. Un juego de referencias literarias y cinematográficas que van desde el primer Robinson a Julio Verne, desde El lago azul a Perdidos. Sumérgete en una trama que te absorberá hasta la última página.
Blog de la novela: http://laislademario.blogspot.com.es/

miércoles, 29 de octubre de 2014

UTOPÍA

Microrrelato incluido en el libro "Bocados sabrosos IV" de
ACEN editorial.    


Los niños se agolpaban nerviosos en la esquina del patio del colegio. Todos querían ver lo que sujetaba Pedrito en sus manos. La excitación asomaba en sus rostros. Nunca habían visto nada igual, tan adulto, tan prohibido. ¡Cuidado, que viene don Venancio!, gritó alguien. La pandilla se dispersó con rapidez. Al llegar, don Venancio descubrió un ejemplar de El Quijote tirado en el suelo.


jueves, 29 de mayo de 2014

LA MUERTE NOS IGUALA A TODOS

—Es un antipático. 
Y un grosero. 
No me cae nada bien.
—Es un envidioso.
—Y un tacaño. 
—Es un  gilipollas. Eso es lo que es. Y un cerdo.
—Siempre dice cosas que me ofenden.
—Yo tampoco le aguanto…

…pero

lunes, 7 de abril de 2014

CONVERSACIÓN CON UNA CANI (RELATO)

La literatura es un medio donde todo es posible. Ahí radica su mayor atractivo: que el escritor, mediante su creatividad, puede dar vida a cualquier situación que imagine en su mente e inmortalizarla en negro sobre blanco. Y hablando de situaciones, hoy imagino una que difícilmente podría darse en la vida real. Me refiero a una conversación en profundidad entre dos personas que poco o nada tienen que ver, un choque entre dos seres vivos de caracteres y signos opuestos. Él es un joven universitario amante de la cultura, la literatura, la música y el arte, graduado en filología hispánica y cursando un máster en literatura comparada. Ella trabaja en una peluquería desde que cumplió los dieciocho, su máxima ambición en la vida es ir cada sábado al botellón del parking del polígono y beber con sus amigas hasta perder el conocimiento. En condiciones normales, la posible relación entre estos dos jóvenes sería nula. Pero la realidad es caprichosa, y hoy me dispongo a manipularla para todos vosotros, con el objeto de que ambos se queden atrapados en un ascensor, en concreto entre el tercer y cuarto piso de un ascensor del centro comercial. Para más señas, ella se dispone a comprar alguna baratija en la planta de moda. Él, por su parte, ha venido a buscar las obras completas de Machado en la Casa del Libro. Pero cuando se produce el apagón, todo su mundo se reduce a un cubículo de dos claustrofóbicos metros de anchura.
—Menuda mierda, colega —grita ella.
—No creo que tarden mucho en sacarnos —contesta él, resignado— ya llevamos casi diez minutos aquí dentro.    
—Esta peña no tiene ni puta idea de hacer ascensores —maldice ella, irritada.
La joven dobla las rodillas y se sienta en el suelo con las piernas cruzadas. Permanecen en silencio durante cinco minutos más.  
—¿Tienes un piti, colega? —dice ella, rompiendo el silencio.
Él la mira arqueando las cejas, sorprendido.
—No pensaras fumar aquí… —contesta, en un tono que ella interpreta rápidamente como una clara ofensa hacia su persona.
—¿Qué pasa? ¿A mí me pueden encerrar aquí cuando les dé la gana y yo no puedo fumarme un puto cigarro? ¿O qué?
—Pues qué quieres que te diga, no creo que un zulo como este, sin apenas aire, sea el lugar más adecuado del mundo para fumar.
Ella, desde el suelo, le observa de arriba abajo. Se fija en los libros de poesía que sujeta bajo el brazo, en las greñas descuidadas cayendo sobre su frente, en su barba rala de una semana, en sus bambas deportivas sucias y en su camiseta negra de Metallica.
Finalmente le dedica un gesto de desprecio.  
—Vale, hombre, vale —dice, hastiada. 
Y entonces, ella hurga en el bolsillo de su anorak naranja, saca un cigarro y se lo enciende.
Él la mira boquiabierto.  
—¿Se puede saber para qué me has pedido un cigarro, entonces?
Ella exhala el humo del tabaco y ni tan siquiera le mira.
—Joder, con el rarito —dice.
—¿Cómo me has llamado?
—¿Y cómo coño quieres que te llame si no te conozco? —dice ella, a la defensiva.
—Me llamo Pedro.
—Pos muy bien —contesta ella, molesta.
Pedro se fija en los gigantescos aros de sus orejas, en sus pulseras y en sus múltiples piercings
—Pues si yo soy el rarito, tú debes de ser la Jenny, porque vamos…
La Jenny, enojada porque aquel tipejo acierte su nombre, abre los ojos de par en par.
—¿Y tú qué coño tienes que decir de mi, friki de mierda?
—¿Friki? ¿Friki yo?
—No, mi abuela. Pos claro que tú. ¿Qué no te has mirado al espejo o qué?
Pedro se restriega la mano por la cara, se mira en el espejo y suspira.
—Maldita sea, por qué no me quedaría encerrado con Scarlett Johansson.
—Pos no flipas tú ni na.
Pedro mira la hora en su reloj, luego examina de nuevo el cuadro de los botones y aprieta por vigesimoquinta vez el botón rojo de las emergencias, sin obtener resultado alguno, dado que yo, que soy el autor, considero que este diálogo del ascensor aún puede dar mucho más de sí. Así que el bueno de Pedro decide sentarse en el suelo frente a la joven, que apura las últimas caladas de su cigarro, y abre el libro de poesía de Machado por la primera página.
—Madre mía, y ahora se pone a leer, el notas.
—Sí, deberías probarlo, te vendría bien.
La Jenny, con un rápido movimiento del pie, le tira el libro al suelo.
—¿Tú qué vas de listo?
Pedro, sorprendido ante su brusca reacción, frunce el ceño y pierde la paciencia.
—¿Pero qué haces?
—¿Qué te crees mejor que yo por tener estudios?
Pedro recoge el libro del suelo y lo cierra de golpe con rabia.    
—¿Sabes una cosa? Odio a la gente como tú. Sois una lacra para la sociedad.
—¿Pero qué coño dices, payaso? Si no me conoces.
—Llevo media hora encerrado contigo en este puto ascensor. Claro que te conozco. Te conozco perfectamente. A ti y a todos los de tu calaña. Eres una cani y actúas como las canis. Eres violenta, inculta y no sabes vivir sin ofender a los demás. Me das asco.
—¿Ah, sí? Pues tú eres un chungo que se cree mejor que yo porque lee libros, pero realmente eres un amargao de la vida que se mata a pajas todas las noches, porque las tías buenas pasan de ti. Yo al menos tengo un novio que me quiere y me protege.
—Seguro que es un encanto.
—¡Pos es mucho mejor que tú, pringao!
—Sí, puedo hacerme una idea. ¿A qué universidad… perdón, quiero decir, a qué gimnasio va?  
—¡Uy, uy, uy! Que mala leche te gastas, nene. Pos para que te enteres, a él no le hace falta ir a la universidad, es mazo listo, se ha criado en la calle ¡esa es su universidad!
—¡Oh! Si sigue así llegará a presidente.
—Pues no es un don nadie. Salió de actor en una peli, listo, que eres muy listo.
—¿No me digas? Espera, déjame adivinar ¿de motero extra en las tomas falsas de Tres Metros sobre el cielo? ¿O en las escenas eliminadas de Yo soy la Juani?
La Jenny gruñe.
—¡Al menos él no es un mierdecilla como tú, que te crees muy listo, pero no vales na! —aúlla.
—Cuando salgamos de aquí tienes que presentármelo, será una joyita.
—¡Pues sí! ¡Y te dará dos ostias! ¡O te las daré yo como no te calles!
—Eso me gustaría verlo.
La Jenny no puede aguantar más su ira, afila sus uñas y se lanza con toda su rabia sobre él.
Cuando los técnicos logran abrir las puertas del ascensor, una hora después, encuentran a dos jóvenes tumbados en el suelo.

Ambos yacen tranquilos, desnudos y abrazados.     


martes, 18 de febrero de 2014

LA MÁQUINA DE PELEAR


El otro día estaba en casa y escuché a la vecina discutiendo con su marido. Le decía así:

—¡Si te envío un Whatsapp y veo que tú te conectas ocho veces, es que no me has contestado porque no te ha salido de los coj****!

   Sí amigos. Pimpinela hicieron mucho daño a las relaciones de pareja, pero las nuevas tecnologías pueden ser mucho más peligrosas (para los de la LOMCE, Pimpinela: como los Cuquis de La que se Avecina pero en los 80 y cantando). Antes, los marrones con tu pareja solían darse cuando te olvidabas de su cumpleaños, cuando llegabas borracho a casa de madrugada o cuando te gastabas el dinero de la paga extra de Navidad en el bingo. Ahora, lo que se lleva es discutir por el Whatsapp.
   Según una noticia, el pasado año se separaron 28 millones de parejas por culpa de esta simpática aplicación para el móvil. Y es que hay que ver cómo nos ha cambiado la vida el sucesor de los difuntos SMS. La pregunta es ¿nos la ha cambiado para mejor? ¿No éramos más felices antes, comunicándonos  sólo cuando realmente lo necesitábamos? ¿Era necesario crear un chat para el móvil conectado las 24 horas, con todo el intríngulis del doble check y las peleas y reproches que (como a mi vecino) conlleva?
   Lo cierto es que cada nueva red social (o cada servicio de chat, lo mismo da) trae consigo discusiones, igual que la primavera trae consigo los estornudos. Ahora es el Whatsapp, sí, pero la cosa ya viene de lejos. Acuérdate de aquella bronca que tuviste hace diez años en el messenger (tu le juraste y le perjuraste que ya te habías desconectado, pero ella te sentenció por no haber contestado a su te quiero). Acuérdate de cómo disfrutaba inundando tu bandeja de hotmail con e-mails repletos de corazoncitos y ñoñería, y de cómo reaccionó cuando le dijiste que quizás eran demasiados. Acuérdate de la vez que colgó tus fotos de borrachera en Facebook pensando que te harían gracia. Y ahora repite conmigo: ¿redes sociales y amor? Agua y aceite.  
   Y es que las redes sociales sirven para muchas cosas, pero sobre todo sirven para pelear. Y ya no sólo con tu pareja, sino con cualquiera al que le tengas ganas. Nunca antes había sido tan fácil y tan cómodo darle cera a quien tú quieras. Las redes sociales, como su propio nombre indica, cumplen funciones sociales, y entre estas funciones encontramos una que en mi opinión en básica: la del desahogo. Antes tenías que conformarte con gritarle a la pantalla de la televisión cuando salía algún personaje que no despertaba tus simpatías. Ahora tienes Twitter, que viene a ser algo así como el Olimpo de las bullas virtuales. Y también tienes los comentarios de Youtube, un campo de guerra abierta, sin reglas, cómo en Vietnam. Y digo yo, si gracias a las redes sociales la gente canaliza su ira y sale a la calle sin ganas de pelea, pues bienvenidas sean las dichosas redes. Aunque mucho me temo que su efecto es justamente el contrario.      
   Mi amigo Rafa no tiene Whatsapp. Tampoco lo quiere. Él vive en constante rebeldía hacia esta sociedad moderna y decadente. Y es feliz.  
   —¿Qué? ¿No te animas a pillarte un móvil con Whatsapp? –le pregunto.
   —Déjate de Whatsapps, que los carga el diablo.
   —Bueno, mira el lado positivo, así estarías más comunicado.
   Rafa le da una calada a su eterno cigarrillo encendido y escupe al suelo.
   —Si alguien quiere algo de mí ya sabe dónde encontrarme.



miércoles, 8 de enero de 2014

RICARDITO CRECE (Obra de Microteatro)

ESCENA I
Año 1999. Un cuchitril repleto de humo donde un grupo de jóvenes universitarios debaten acaloradamente mientras fuman y beben cerveza. Están sentados en círculo, a modo de asamblea. En uno de los extremos se sienta Ricardito, al que todos llaman “el antifascista”. Apenas ha cumplido dieciocho años. Luce cabello largo, viste ropa raída y lleva un pañuelo palestino enrollado al cuello. Él lleva la voz cantante. 
Ricardito: odio a la gente que se cree mejor que yo por tener un coche más caro o una casa más grande. Son todos unos pijos, unos hijos de papá que te miran siempre por encima del hombro. La culpa es de esta sociedad tan materialista en la que vivimos, que sólo le da importancia al dinero y a las apariencias, pero no a lo que de verdad importa: la justicia y la libertad. Nosotros queremos un mundo mejor ¿no? Pues, ¡tenemos que cambiarlo!

Aplausos.


ESCENA II
Año 2013. Frente a una urbanización de chalets de lujo, lejos de la crisis de la ciudad, dos hombres vestidos de etiqueta se enzarzan en una fuerte discusión que acaba a golpes. Uno de ellos, el más violento, intenta estrangular al otro. Es Ricardito. Ahora es un hombre, y está hecho una furia. Del bolsillo del pantalón saca la llave de su BMW para introducírsela en el ojo a su vecino.  
Ricardito: ¡yo soy mejor que tú!






domingo, 15 de diciembre de 2013

SANTOS, DIABLOS Y UZZHUAÏA


Descubrí a Uzzhuaïa hace cinco años, por recomendación de unos colegas. Lo único que conocía de ellos era su cover de La Chispa Adecuada de los Héroes del Silencio, un tema que en su momento escuché con cierto escepticismo, sin duda debido a mi fanatismo por el grupo de Enrique Bunbury (aunque después de oír la versión de Aterciopelados en el álbum de tributo a los Héroes, el cover de los Uzz me parece sencillamente sublime). “Tú escucha sus discos”, me dijeron. Y en fin, eso hice. En menos de una semana ya era un completo fan. Eso es algo que me ha pasado con muy pocos grupos, y sin duda Uzzhuahïa es uno de ellos. Y es que el grupo valenciano capitaneado por Pablo Monteagudo puede presumir de ser el grupo de rock español con más proyección del momento, algo que les convierte en firmes candidatos a mejor grupo de rock español de la actualidad.  
     Les vi por primera vez en directo en la sala Japan de Villareal, en 2008, durante la gira de Destino Perdición (ese discazo). Los pocos que éramos presenciamos un concierto lleno de energía, con un repertorio que contenía todos sus clásicos. Mi segunda vez se hizo esperar, no fue hasta el Festival Costa de Fuego 2012, en Benicasim, poco antes de la actuación de Guns N’Roses. Aún recuerdo la calda insoportable de aquella oscura carpa Jack Daniel’s, llena hasta la bandera, y cuya única virtud era poseer una acústica espectacular. Fue un concierto corto pero intenso, con abundantes temas de su anterior disco, 13 Veces Por Minuto. Salí tan extasiado que incluso los Guns me aburrieron. El pasado viernes fue la tercera, y esta vez jugaba en casa.
     La Sala Zeppelin fue el lugar de Castellón donde Uzzhuaïa presentó Santos y Diablos, su último disco, y quizás su álbum más oscuro desde Diablo Blvd (si entendemos por “oscuro” el hecho de que contenga temas más viscerales, temas que tal vez no entren tan “a la primera” como los de Destino Perdición o los de su disco homónimo del 2006, pero que ciertamente crecen con las escuchas). Es por eso que tenía ganas de ver cómo funcionaban las nuevas canciones en directo, y no tuve que esperar mucho, pues el comienzo con Una historia que contar ya nos anticipó que le iban a dar mucha caña al Santos y Diablos. De hecho, el setlist contó con hasta ocho canciones del nuevo disco, lo que demuestra que Uzzhuaïa es una banda valiente, que no duda en sacrificar temas clásicos para presentar otros nuevos. Me gustó mucho El Solitario, y ese final apoteósico con Santos y Diablos, por no hablar del momento en que La Mala Suerte, como de costumbre, nos quiso acompañar. Personalmente, eché de menos algunos temas como Nuestra Revolución, Perdido en el Huracán o Cuando ya no quede nada. Sí, soy un nostálgico, qué le vamos a hacer. Pero quitando esto, que es algo lógico cuando un grupo acumula discos, solo puedo quitarme el sombrero ante una banda que siempre se deja la piel en el escenario, y que tras el concierto, además, tiene ese rato para tomar una birra y charlar con sus fans. Ojalá hubieran más grupos así. 
     La sala Zeppelin presentó un aforo medio, aceptable sólo si tenemos en cuenta que esto es Castellón, y que aquí el único rock que conocemos es el de los Mojinos Escozíos cuando llegan las Fiestas de la Magdalena. Eso sí, el público estuvo entregado desde la primera a la última canción, y eso es algo que, dentro de la paupérrima escena rockera de esta ciudad, se agradece. Ahora, a esperar hasta la próxima. 
    


Uzzhuaïa durante su actuación en la sala Zeppelin

lunes, 18 de noviembre de 2013

LO QUE PIENSAN LOS DEMÁS

Si pudiéramos escuchar lo que piensan los demás de nosotros, probablemente no nos quedaría ni un amigo en el mundo. Algo así le sucedía al personaje de Kelly, la American Choni que interpretaba Lauren Socha en la serie de televisión Misfits. Para los que nunca han visto la serie, Kelly, además de choni, era una joven que apenas confiaba en los demás porque tenía la increíble facultad de escuchar las cosas (generalmente guarrindongas) que pensaban de ella. Nosotros, por suerte, no tenemos ese superpoder. En cambio, tenemos otro mucho más sano, y sobre todo, mucho más entretenido: el poder de saber lo que piensan los demás del vecino. Para ello, nos basta únicamente con dar una vuelta por el barrio. Porque, admitámoslo ya: en este país somos muy chafarderos. Nos encanta murmurar. Xarrem massa, que se dice en mi ciudad. Eso sí, tenemos el detalle de hacerlo cuando el blanco de los chismorreos no está delante nuestro.

Kelly sabe lo que estas pensando
     Antiguamente las señoras criticaban en el mercado, los hombres en el bar. En invierno se criticaba alrededor de la chimenea, haciendo calceta, y en verano sacando las hamacas a la acera, a ver quién pasaba. También se estilaba mucho lo de criticar por teléfono, llevando la silla al lado del mueble (que luego con la factura te daba un patatús). Era un hábito que se aprendía desde bien temprano, en el colegio. Hoy en día la alcahuetería está llegando a la era digital gracias a las nuevas generaciones, que extienden el deporte nacional por distintos canales como Facebooks, Messengers o Whatsapps. Pero es que lo llevamos en el ADN: nos gusta rajar, criticar, censurar y acusar a todo hijo de vecino. A amigas y amigos, a familiares, parientes, herederos, conocidos o desconocidos. Qué más da. Por el mismo precio criticamos al panadero, a la señora frutera, a la cajera del supermercado, al mecánico, al funcionario, al camarero, a la cartera y hasta al médico de cabecera. Aquí no se libra ni dios. Y el motivo es lo de menos. Siempre existe alguna estúpida razón para despellejar a alguien, y si no existe se inventa, que aquí somos muy duchos en imaginación. 
     Yo vivo en barrio donde se conoce todo el mundo. El otro día bajé a comprar el pan, y la mujer que me despachó estaba hablando (es decir, rajando) con otra señora sentada (atención al detalle) en una silla  al lado del mostrador, junto al estante del pan integral, ahí, como si formara parte de la decoración. De pronto, una mujer pasó por delante del escaparate, y ellas, sin cortarse un pelo, comenzaron a murmurar: “oy, oy, oy, mira a la Paquita qué traje más feo se ha comprado”. Y la otra que le responde: “¿y qué me dices del marido? Es un sin vergüenza, si baja todas las noches al bingo y se sienta con una rubia”. Que yo iba a decirle “señora, ¿y usted cómo lo sabe? ¿Es que tiene espías en el bingo o qué?”. Que probablemente me hubiera contestado “no, es que me robó dos líneas prácticamente cantadas”. Luego, cuando ya salía de la panadería, encontré a una niña de unos doce años sentada en los escalones de la entrada, con el Smarthphone, que casi era más grande que ella, toqueteando la pantalla. Le dije: “¿qué tal niña? ¿Con el Whatsapp?”. Me contestó: “Sí, contándole a mis amigas que a Paquita se los ponen bien puestos”.
     Hay que ver lo rápido que aprenden las nuevas generaciones.
       


lunes, 14 de octubre de 2013

LA INDIFERENCIA MATARÁ A FACEBOOK

Hace poco leíamos en una noticia que el Facebook desaparecerá en menos de tres años. ¿La razón? Que la red social aburre. Yo no sé si serán tres, seis, nueve o veintinueve años. No me atrevo a aventurar tamaña predicción con tanta exactitud. Pero de una cosa sí estoy seguro: desaparecerá. Desaparecerá como todo lo que asciende mediante un boom. Y será más pronto que tarde. Eso sí, no desaparecerá por aburrimiento, sino por indiferencia, que no es lo mismo. El Facebook no aburre. Para nada. Tiene el Candy Crush, los Angry Birds, el Football Manager, el Farmville y toda la retahíla de aplicaciones para sobrevivir al crudo día a día. De aburrir nada. Hace su función. Pero ya no es como antes ¿eh?
     Cuando nos creamos la cuenta, allá por el 2009, era el no va más. En aquella época jugábamos a aglutinar el mayor número posible de contactos y éramos fans de las cosas más absurdas. Volvimos a saber de nuestros antiguos compañeros de colegio e instituto, a los que no veíamos desde hacía siglos, los agregamos a todos, y creímos ingenuamente que el juguetito del Zuckerberg nos ayudaría a recuperar aquellas viejas amistades, que nos daría un nuevo impulso que lo iba a cambiar todo. Empezamos a subir montones de fotos que teníamos almacenadas en nuestras cámaras digitales desde 2003. Total, eran fotos que SÓLO íbamos a compartir entre los amigos, y que no vería nadie más. Seguro que sí. 
     Luego llegaron las “señoras”, los cuestionarios sobre nuestra vida, los grupos chorras de títulos inenarrables, y por supuesto, las páginas de fans. A golpe de un solo click, todos tus contactos sabrían acerca de tu grupo de música, de tu libro, de tu coro de danzas, de tu corto de cine y de la madre que parió a Peneque. Y para colmo, apareció el gran juez de nuestra era, el que dicta sentencia de lo que vale y de lo que no vale, el que dice lo que está bien y lo que está mal. Y no me refiero a Risto Mejide, sino al botón “me gusta”. Para muchos, la nueva vara de medir su autoestima. El mecanismo es fácil. Quien tiene más likes es el mejor. Incluso se inventó una nueva profesión al abrigo de todo esto: la de Community Manager. De hecho, hoy en día en España sólo existen tres clases de personas: Community Managers, Coachings personales y parados. Y ninguno de ellos se necesita entre sí, por cierto.         
     Pero volvamos al tema, que pierdo el hilo. Después de esto, allá por el 2010, con el Facebook plenamente rodado, hacerse famoso estaba al alcance de todos. Nunca habíamos vivido algo así. Había llegado de verdad el siglo XXI y lo íbamos a celebrar por todo lo alto, con o sin crisis. Y bien, ahora que el siglo XXI ha llegado y se ha instalado en nuestras vidas, ¿qué le está ocurriendo a nuestro querido Facebook? Que nos importa un carajo. Así de claro. 
     Al principio hacía gracia, con las frases ingeniosas del graciosete de turno, la amiga que te cuenta su vida minuto a minuto, el concierto de tu ex compañero de autoescuela, la mística de las frases inspiradoras, la nueva aventura empresarial de Perico el de los Palotes, las teorías descabelladas del final de LOST, la nueva biografía (que JAMÁS sacó ni sacará completa tu foto de portada), la información instantánea que permite ver los comentarios en el muro de cualquier persona, el “ya es oficial, Facebook será de pago”, el concierto de tu ex compañero de autoescuela otra vez… sí, al principio hacía gracia. Pero al final ya toca las narices. A nadie le importa nada, esa es la verdad. La monotonía hace estragos. Y es por eso que el Facebook morirá. De hecho ya está muriendo, cada día, cada hora. Y cuando eso ocurra surgirá algo nuevo, quizás otra red social, que nos absorberá a todos. Y vuelta a empezar. Mientras tanto, al Facebook lo enterrarán en un panteón digital junto al Messenger y al Megaupload. Y en cuanto al chat, lo único que de verdad hacía papel en Facebook, siempre ha sido un maldito infierno para comunicarse con alguien. Ese ya murió, aplastado por WhatsApp. Se lo tenía bien merecido. 
     



domingo, 15 de septiembre de 2013

EL ÁNGEL DE LA GUARDA (RELATO)

Conocí a Lucía hace dos años, en un oscuro rincón de la discoteca. Aquella noche de sexo desenfrenado pronto se convirtió en una relación estable, y a los pocos meses nos fuimos a vivir juntos a un piso del centro. Durante los dos primeros años todo fue bastante bien, salvo por algunas peleas esporádicas y sus correspondientes reconciliaciones. Pero en la última pelea, hace dos meses, ella ya no me perdonó. Al contrario, me sustituyó por Fernando, un pringadete que gana mucha pasta pero que no sabe hacer ni la o con un canuto. ¿Y sabéis qué es lo más gracioso del caso? Que ella no sabe que me hice una copia de la llave, y que llevo dos meses viviendo en el pequeño desván del piso con un portátil, una linterna, una manta, una almohada y un cubo para las necesidades. Soy como un preso de ETA en su zulo, con la diferencia de que por la mañana, cuando ella se va a trabajar, puedo bajar a atracar la nevera y a vaciar el maloliente cubo. Suelo aprovechar también para llamar a mis padres y decirles que todo va bien. La baja “por depresión” es un gran invento. Nadie me echa de menos.
Lucía y Fernando ya han comenzado a discutir por el tema de la comida (ella cree que se la come él y le culpa por ello. Y eso es estupendo). He hecho varios agujeros en el suelo del altillo, desde ellos puedo observar todos sus movimientos. El soplagaitas de Fernando trabaja mucho y entre semana está poco en casa. Por eso los viernes por la noche, cuando llega, quiere sexo, pero no siempre lo tiene, primera porque Lucía es como es (y por lo visto, lo es con todos) y segunda porque gracias a la poción mágica que le vierto en su botella de agua (la que guarda en el segundo estante de la nevera y solo usa él por ser un repipi escrupuloso) Fernando ya va por la cuarta diarrea semanal. La cagalera del viernes empieza a ser toda una tradición para él. Y claro, así no hay quién eche un quiqui.

Bueno, pues hoy es el cumpleaños de Lucía, y yo tengo una sorpresa preparada. Se acabaron las diarreas, se acabó jugar al escondite. Hoy toca algo serio. El número del siglo. Lucía es morena, y yo tenía cierta debilidad por las rubias, en especial por una llamada Elsa, una diosa griega que me regaló una inolvidable noche de placer (algo que ella nunca me perdonó, y que me condujo directamente a esta situación). Lucía, como todos los viernes, llega a casa a las cuatro de la tarde, y Fernando no llegará hasta las diez de la noche. Para entonces, yo ya he realizado las gestiones pertinentes. A las nueve y media, mientras Lucía ultima los preparativos de la cena romántica con el vino, las velas y el pastel de carne en el horno, llaman a la puerta de casa y abre.   
—Hola, ¿está Fernando?
Es una rubia despampanante que viste únicamente una gabardina y un picardías rojo debajo.
—¿Perdón? –responde mi ex, desconcertada.
—¿Es el 4º B? He recibido una llamada de Fernando Arias para realizar un servicio especial a las diez.
—¿Qué servicio?
—Un trío. Tú debes de ser Lucía ¿verdad cariño? Yo soy Tracy –le contesta, sonriendo.   
Lucía le cierra la puerta en los morros y se tumba llorando sobre el sofá.
—Oye, ¿y a mí el desplazamiento quien me lo paga? –vocea Tracy tras la puerta.
Fernando llega en quince minutos y no pasa ni del felpudo. Lucía se abalanza sobre él, le suelta un sopapo en toda la cara, le grita “¡cabrón, no vuelvas más!” y le cierra de un portazo. Ni yo lo habría planificado mejor.
Fernando intenta llamarla al móvil varias veces, pero ella le cuelga. Y si no lo hace ella lo hago yo. No sé si os he dicho que, gracias a unos somníferos muy potentes y a un coleguilla pirata, me hice con una copia de sus tarjetas del móvil. De esta manera, le envío un WhatsApp a Fernando que reza lo siguiente:

Lucía dice: Eres un cagón. Y la tienes pequeña. No me llames más.

Y eso no es todo. A las once y media la llamo al móvil.
—Hola Lucía, soy yo, Ángel.
—Hola ¿cómo estás? –dice, tratando de sobreponerse.
—Feliz cumpleaños –digo, poniendo vocecita.
—Muchas gracias.
Trato de no gritar, para que no me escuche hablar por encima del techo.
—¿Qué tal? ¿Lo estás celebrando? —le pregunto.
Se hace el silencio.
—Bueno, sí –contesta ella secamente.  
—Un momento ¿y esa voz? ¿Has estado llorando?
Lucía lanza un débil gemido.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque te conozco muy bien. ¿Qué te ha pasado?
En ese momento, rompe a llorar tan fuerte que la oigo más desde el piso de abajo que por el auricular del móvil.
—Todos los tíos sois unos cabrones –dice, sollozando. 
—Oh, vamos, cálmate. Ya sabes que siento mucho lo que te hice. Fue un error, un pequeño desliz. Dime ¿necesitas compañía? ¿Quieres que vaya a verte y me cuentas lo que te ocurre?
Ahí me he marcado un tanto.
—Haz lo que quieras –dice, sin dejar de llorar, y colgando en seco.
Poco después, como le ocurre siempre que tiene un disgusto fuerte, se queda dormida en el sofá, momento que yo aprovecho para bajar del altillo, ir al lavabo, asearme, pasar de puntillas frente a ella, salir de casa, ponerme los zapatos en el rellano y llamar al timbre de la puerta desde fuera. Ella me abre poco después, destrozada por los nervios. Me mira con lágrimas en los ojos, como si nunca antes me hubiera visto, y cae rendida sobre mis brazos.
     —Nunca pensé que diría esto, Ángel, pero te he echado mucho de menos durante este tiempo –me dice, entre lloriqueos.
     —Deja de llorar, nena. Recuerda que soy tu Ángel de la guarda: siempre estoy a tu lado.





miércoles, 3 de julio de 2013

POR QUÉ NOS GUSTA LA PLAYA

Cuando llega el verano nos gusta ir a la playa, torrarnos al sol, pegarnos un chapuzón y mostrar orgullosos el tipito (y lo de orgullosos vale tanto para los que se han pasado todo el año machacándose en el gimnasio como para los que se lo han pasado criando tripa a base de chorizo y morcilla: ambos muestran el tipito orgullosos. Creedme. Que esto es España). 
Cuando éramos pequeños la playa tenía un encanto especial. Bueno, como casi todo lo que nos sucedía de niños. Aún recuerdo lo bien que me lo pasaba haciendo castillos de arena con mi cubo de plástico, enterrándome hasta la cabeza, nadando con la colchoneta hinchable y, para acabar, zampándome el bocata de mortadela que me había preparado mi madre. Y la verdad es que en aquel entonces tampoco necesitabas mucho más para pasarlo genial.    
Cuando te haces mayor las distracciones ya son diferentes. Nos gusta ir a la playa, sí, pero por motivos distintos. Seamos sinceros: la playa es un lugar donde hace un calor insoportable, sudas como un pollo y te llenas de arena hasta los mismísimos, luego intentas mejorarlo bañándote en el mar, para descubrir que sólo has conseguido llenarte el cuerpo de sal, y que todo te pica de mala manera. No estamos hablando del paraíso terrenal precisamente. Pero entonces, ¿por qué narices adoramos tanto ir a la playa?


Dicen que a los hombres nos gusta el fútbol porque nos retrotrae a la infancia. Creo que con la playa sucede algo parecido. Cuando vamos a la playa conectamos con el espíritu de nuestra infancia, el de los castillos y el flotador, el espíritu de la inocencia y de la falta de responsabilidad, y aunque sólo sea un espejismo, por momentos creemos sentirnos como niños de ocho años. Claro que tampoco somos tontos. Resulta que ahora, reparamos en pequeños detalles que en la niñez nos pasaban un tanto desapercibidos, como por ejemplo, que la rubia que pasea por la orilla viste un minúsculo tanga amarillo. Sólo un tanga.          
Cuando cumples cierta edad, hay dos formas de ir a la playa: con toda la familia, en plan dominguero (con la sombrilla, la nevera y las sillas plegables) o en plan íntimo (sólo o con tu pareja). Lo de ir con la familia es la fórmula ganadora, la española, sin complejos. Y lo de ir tu solo queda un poco triste. Te miran raro. “Uy, mira a ese chico sólo”, susurran a tus espaldas. Que a mí eso me da rabia. Cuando vemos a una chica sola en la playa no pasa nada,  pensamos “nada, está descansando, la pobre”. Pero cuando vemos a un tío sólo, ay amigo, (nótese la cara de maruja desconfiada total): “algo raro has hecho para acabar aquí solo”.
Por eso lo mejor es ir con tu pareja. Claro que sí. Y buscar una playa tranquilita, poco frecuentada y sin agobios. Lo malo es que hay mucha gente que busca esa playa tranquilita, y al final, pasa lo que pasa: que justo enfrente de ti y de tu novia planta su hamaca una chica en topless. Y tú te haces el loco, mientras notas la guadaña a escasos centímetros de ti, en la mirada enfurecida de tu novia. Que casi te lanza rayos por los ojos. Y tú decides no mirar. Hasta que no hay más remedio, claro, porque al iros a bañar y pasar por su lado…
—¡Hola! te saluda–. ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo estás? ¡Dos besos!
Tu ex. No la veías desde la facultad. Y a ti se te ocurre pararte a hablar con ella, y hasta presentársela a tu novia. Que no se diga. De perdidos al rio. Y tu ex lo que parece haber perdido es la parte superior del bikini. Y tú, que hoy no te libras de la bronca ni de coña. En fin. Esta anécdota me recuerda otra cosa: lo poco que nos gusta encontrarnos a conocidos en la playa. Es algo que no terminamos de asimilar. Ver al jefe, a la secretaria o al butanero en tanga. Se hace raro ¿eh? Tal vez sea porque en la playa se pierden las clases. Y también la clase. En la oficina o en la discoteca cada uno es como es: pijo, casual, hipster o cani. En la playa todos somos unos catetos en bañador. O sin él.  
Así que hoy decido ir a la playa con mi amigo Rafa. Una sesión de colegueo bajo el sol, sin sobresaltos. Rafa se lo monta bien en la playa: el tanga, la sombrilla, el tabaco y la toalla. Ambos lucimos nuestros cuerpos serranos bajo el sol de media tarde. Mientras le relato el encuentro fortuito con mi ex y la pelotera posterior de mi novia, Rafa se enfunda las gafas de sol, enciende un cigarro y muerde la boquilla con los dientes.
—Pues tu ex en el instituto ya estaba bien buena –dice–, ahora debe estar que se rompe.
—Ese no es el tema, hombre. Te he preguntado si te parece normal la reacción que tuvo mi novia. ¿Qué opinas al respecto?
—¿Qué qué opino?
—Sí.
Mi amigo Rafa le da una calada al cigarro y exhala el humo con fuerza.  
—Que parecemos maricones, tete.    
    



lunes, 17 de junio de 2013

CORINA POR CORINNA

Hace unos meses nos enteramos que el rey tenía una amante rubia llamada Corinna, y ahora, de la noche a la mañana, y sin quererlo ni beberlo, nos han clavado un programa en prime time titulado “un príncipe para Corina”. En serio, ¿a nadie le parece extraño?
     ¿Qué ha pasado aquí? ¿Casualidad? ¿Está de moda el nombre? ¿Hay un boom de Corinas y no nos habíamos enterado? ¿O quizás es una cortina de humo brutal para que no se hable de la otra Corinna? Yo me inclino más por esto último.   
     Puede que suene algo rebuscado, pero si te fijas, tiene su lógica. La otra Corinna (la de las dos enes) fue un personaje muy incómodo para la Casa Real, una mosca cojonera. La amante del rey, nada menos. Todos sabíamos que el rey era muy campechano y que le iba la marcha, incluso conocíamos el nombre de sus antiguas amantes (Bárbara Rey, Sara Montiel o Raffaella Carrá). Pero ninguna de ellas había supuesto un escándalo tan grande como Corinna, la de los chanchullos con Urdangarín, la que viene a España para hacerse un lifting y operarse el pecho de gorra. Estas informaciones causaron bastante revuelo en los medios (no es para menos) y arruinaron la imagen de la Monarquía en un tiempo récord.
     Los que dicen que “estas cosas con Franco no pasaban” tienen razón. En la dictadura, ante un suceso similar, se secuestraban los periódicos que hiciesen falta, un par de tiros al aire y problema resuelto. Ahora, en la era de Internet ¿cuál es la solución? ¿Cómo hacemos para intentar lavar la imagen de la Monarquía? Aborregando al personal. No es tan complicado. Si lo que quieres es que la gente se olvide de un personaje público, no intentes silenciarlo, simplemente crea uno mejor con el mismo nombre. Y sobre todo, crea uno que sea más mediático. Uno del que hablen todas las generaciones, especialmente las más jóvenes. Crea un programa lleno de petardos y de frikis que no deje indiferente a nadie, con lo último en telebasura. Que deje huella de verdad. En realidad sabían bien cómo hacerlo, y lo han hecho. El fenómeno Corina ha revolucionado las redes sociales. La prueba es que si tecleas “Corina” en Google, en los resultados aparece quien aparece: la joven. 
     Pero hay más cosas que me hacen sospechar. Las últimas noticias apuntan a que el programa es un fraude. Que los participantes son actores, que algunos han salido incluso en series de TV como ‘Cuéntame’ y ‘La que se avecina’. Todo suena a precipitación, a chapuza, a guión escrito de antemano. En fin, puede que sea un paranoico y que adore la teoría de la conspiración. Puede que todo haya sido una estrategia de Mediaset para aprovechar el filón mediático de la otra Corinna. Es posible. Sea como sea, la cuestión es: dentro de unos meses, ¿de quién nos acordaremos cuando oigamos el nombre de Corina? ¿De la "amiga entrañable" del rey? ¿O del programa petardo?